EL símbolo del debate en declive es Podemos, formación que nació y creció al pairo de las tertulias de televisión y que este fin de semana se ha desangrado por olvidar lo principal: que hablar es solo un instrumento para escuchar, entenderse y mejorar la realidad. Los de Iglesias y Errejón han pasado del diálogo a la algarada, de la razón al dogma. Un fracaso comunicativo y democrático. Los debates en la tele se están apagando lentamente. A La Sexta noche, de Iñaki López, cada vez le cuesta más sostener a un millón de espectadores. En ETB, la tertulia de Klaudio Landa, emparedado entre el frívolo Aramendi y la dispersa Adela, pierde interés porque en Euskadi nos encantan las polémicas. El recurso de los tertulianos feroces ya no es suficiente para despertar a una sociedad sin otras novedades que el miedo al histriónico líder del país más poderoso del planeta. Y todo es muy confuso.

Ocurre en política y entre parejas: cuando no hay palabras hay aburrimiento. En la tele no se comunica, este es el problema de fondo. No se trata de exponer un criterio o juicio; además, hay que humanizarlo, otorgarle marca emocional y ubicarlo en la realidad tangible. Se dialoga con el corazón, no con la boca. Las tertulias se mueren porque no generan temáticas nuevas y por su modelo tiranizado por los presentadores y sus malditos pinganillos, directores de una orquesta caótica. Hay que liberarse del seguidismo del calendario partidista. Hay que encontrar un acomodo versátil en las profundidades de la gente. La tele sigue creyendo que los espectadores son gilipollas; pero estos solo esperan que les emocionen y conmocionen, todo en uno.

¿Quedan tertulianos dispuestos a inmolarse y, sin miedo a represalias, decir lo que incomoda a los jefes de prensa de los partidos? ¿Quedan interlocutores rompedores? Si los debates se mantienen como repetidores de tópicos, su declive será mortal. Los que dialogan deberían entender dos conceptos: que la primera verdad es que hay verdades absolutas, y que solo se tiene razón cuando no se causa daño.