HICIMOS mal, treinta años atrás, en atribuir un simbolismo desmesurado a ETB, junto con la Ertzaintza y el Concierto Económico. Configuramos los ídolos de nuestro autogobierno para su adoración y gloria. Fue una ingenuidad, por pura fragilidad democrática. Y lo que ha ocurrido es que muchos de los fieles de ETB de entonces son hoy fervorosos devotos de Telecinco. ¡Qué descomunal incoherencia! Nuestra radiotelevisión pública sigue sustentada en una ley de 1982, apolillada e inservible, retocada formalmente en 1998. Con mil personas en plantilla y una organización de otra época. Las audiencias siguen planas, con mañanas vacías de cultura, tardes de ensayos y frivolidad y noches salvadas por el Teleberri. Es desolador.

¿Cuál es el proyecto del nuevo consejero de Cultura? Imagino que Bingen Zupiria acometerá como prioridad la redacción de una ley que actualice el sentido y destino de EITB. Deberá acordarla estratégicamente con EH Bildu, que tiene a dos profesionales de la casa, Maddalen Iriarte y Jasone Agirre, sentadas en el Parlamento. ¿Quién pilotará este proceso de transición desde la dirección general y el diseño de la programación? ¿Vamos a mantener la dualidad: dos idiomas, dos cadenas? ¿Se racionalizará la estructura y se suprimirán canales? ¿Con qué modelo de financiación? ¿Rescataremos a los profesionales marginados aprovechando su talento? ¿Qué hacemos con Miramón? ¿Cómo definimos el servicio público y su compatibilidad con ser competitivos? ¿Se asume el sacrificio personal en la gestión del cambio que viene?

Hará falta atrevimiento y diálogo; pero es indispensable desacralizar ETB. Necesitamos como nunca una radiotelevisión vasca para el equilibrio informativo, democrático, cultural y territorial de Euskadi, y por autoestima; pero es solo un instrumento, no un tótem sagrado. Todo ha cambiado y nosotros también. Somos una sociedad distinta en un entorno salvaje. Es un momento abrumador. Hay que advertir a los adoradores de las reliquias que lo más peligroso del mundo es sentirse seguro.