Los últimos mohicanos
COMERCIO. Desde tiempos inmemoriales -no por nada ya a principios del siglo XVI se creo el Consulado de Bilbao, bajo el sobrenombre de Casa de Contratación y Juzgado de los hombres de negocios de mar y tierra...- es nombrar esa palabra y evocar la figura de Bilbao, “próspera tierra de mercaderes”, como escribió aquel cronista de viajes inglés del siglo XVIII. Es bien sabido que el comercio es una suerte de hilo mágico que une a los pueblos en una común hermandad de dependencia mutua e intereses recíprocos. Bilbao conoce la fórmula, ya digo, desde los días de Maricastaña. Y aún hoy la predica y pone en práctica con soltura y eficacia. Con buena mano.
Tanta que vemos ahora, tal y como nos informa la gente del recuento, cómo el comercio de Bilbao florece por enésima vez tras el descenso a los infiernos que duró de 2007 a 2014. Han detectado el renacer del efecto llamada, una atracción semejante a la de la piedra imán que impele a los consumidores a visitar el Botxo en busca de las compras deseadas; de los comercios clásicos o las cadenas en vez de los grandes centros comerciales de extrarradio. Eso es lo que dicen, insisto, las gentes de Ikerfel que han estudiado nuestros hábitos.
Aseguran que el repunte -se ha incrementado en un cincuenta por ciento el número de consumidores que sale a las calles de la villa a comprar...- ha de apuntalarse con la necesidad de amoldarse a los nuevos hábitos de compra (horarios flexibles y cosas así...), el comercio electrónico y el ritmo compulsivo de vida. Tal vez sea cierto, pero aún subsisten esas tiendas de toda la vida -coloniales primero y ultramarinos o colmados después, creo que se llamaron...- que bien pudiéremos llamar los últimos mohicanos. De pronto, uno da la vuelta a la esquina y se encuentra con otro escaparate vacío, una cicatriz en la fachada que nos reuerda que allí fuimos felices y no lo seremos jamás.El dependiente, tantas veces el propio dueño del negocio, conocía tus gustos y tu nombre de pila; te fiaba y te regalaba un nosequé. Al entrar en su interior parecías sumergirte un universo nuevo. Comenzaba la aventura, ¿se acuerdan...? con una mezcla de aromas y olores, en ocasiones dominada por el agradable perfume de los detergentes y jabones, en otras por la penetrante fragancia del chorizo y los embutidos, y en algunas más por los efluvios del bacalao salado. En su nombre les escribo. ¡Sujétenlas!