El gol de Gorka Guruzeta contra el Getafe fue doblemente celebrado: por lo que significó en un encuentro tan cerrado como relevante para el Athletic y debido a que el delantero puso el punto final a un período de tres meses sin ver portería. Mucho tiempo sin marcar, una exageración, más si cabe porque hablamos de quien la temporada anterior se erigió en el mejor rematador de la plantilla.
Entonces, anotó la friolera de 16 goles, ahora lleva la mitad, lo cual certifica un retroceso. Y no por falta de oportunidades, puesto que ya acumula más minutos de competición que un año atrás. Guruzeta ha participado en medio centenar de citas, solo se ha perdido tres. Cierto es que en los últimos tiempos su protagonismo ha decaído, no es equiparable al que gozó en la primera mitad del calendario. La llegada a la plantilla de Maroan Sannadi en febrero le ha privado de la titularidad en bastantes encuentros, más a medida que transcurrían las semanas, pero nunca ha dejado de contar con oportunidades saliendo del banquillo.
Esta nueva situación, lo de compartir puesto con un compañero, se ha interpretado como la causa de su discreto rendimiento. Pero un repaso del año al completo desvela que tampoco antes del fichaje de Maroan anduvo especialmente inspirado. Ofreció actuaciones brillantes en días sueltos, firmó goles que valieron puntos, pero en líneas generales no se ha visto al Guruzeta que se esperaba. La pérdida de eficacia en el área no admite discusión, números cantan, pero acaso resulta más llamativo que extraviase el rol de complemento ideal del resto de los delanteros en la construcción del juego.
Cuando el pasado curso trascendió que en el vestuario le llamaban Karim, en alusión a Benzema, un fenómeno en la culminación que además aportaba múltiples soluciones a las maniobras ofensivas de su equipo, era por algo. Más allá del cariño que desprendía la comparación con uno de los más grandes de las últimas décadas, el apodo reflejaba reconocimiento al notable trabajo de Guruzeta en beneficio del colectivo. Bueno, pues este año no ha podido refrendar las virtudes que le convirtieron en una pieza muy valiosa.
En el Coliseum, Guruzeta fue uno de los escogidos por el club para charlar con la prensa. Normal. Lo inesperado fue que se explayase para desvelar que desde febrero arrastra una lesión muy latosa, “jodida” según manifestó. Se trata de una fascitis plantar de la que aún no se ha recuperado, pese al tratamiento que ha seguido durante todo este tiempo en que no ha dejado de entrenar y competir. “He estado forzando, han sido unos meses difíciles” confesó, para añadir que “igual debería haber parado, no estar al cien por cien se nota”.
Mira por dónde, todo el mundo especulando, dando por supuesto que el discreto nivel de Guruzeta obedecía a que no hay dos temporadas iguales y así como en la previa parecía tocado por una varita mágica, en la vigente la inspiración le ha abandonado; o a que su chispa se ha ido apagando a medida que se acrecentaba la competencia con Maroan. En fin, que se han barajado hipótesis verosímiles, que probablemente hayan influido siquiera parcialmente en el día a día del guipuzcoano, y de repente, con el calendario a punto de expirar y gracias a que mete un gol, el propio interesado suelta a los cuatro vientos que arrastra una dolencia física que le merma.
La pregunta obligada es si, de no haber marcado, Guruzeta hubiese compartido su secreto o se lo hubiese guardado y hasta cuándo. Su “jodida” lesión no deja de ser un problema que condiciona el desempeño de un profesional, pero tampoco el Athletic ha querido compartir dicha información. Una más de tantas que no trascienden en lo que se ha convertido en un proceder habitual. Basta con analizar los partes médicos, cuando los hay, para comprender que la política comunicativa del club en esta materia concreta cada vez es más opaca.