Así fue, una auténtica montaña rusa. Mezcla de sentimientos y sensaciones dentro de un partido de 90 minutos. Los resultadistas, entre los que me incluyo, deberíamos apelar a aquello del “ganar es lo único”, pero ¡No, así no! No me gustó el Athletic. Solo me gustaron algunos jugadores, los menos, y eso sí, la pegada del final. Con el Augsburgo vale, pero que nadie se equivoque, con un rival normal y de entidad, no.
Sigo sin comprender la insistencia del Athletic en esconder los mejores manjares. Si uno invita a alguien a su casa a cenar, habitualmente le recibe con lo mejor que tiene en su despensa o se esmera en agasajarle con lo mas apetecible dentro de sus posibilidades. El Athletic no es así, racanea, regatea en el regalo y saca sus mejores dotes cuando no le queda más remedio. El problema de esto es que a veces para cuando quieres sacar todo lo bueno que posees ya no hay tiempo ni gente para que lo degusten.
No entiendo nada. El equipo rojiblanco es capaz de hacer un buen fútbol, creativo, con presión. El Athletic ha demostrado tener potencial suficiente para jugar de tú a tú con cualquiera. Pero tiene un problema. Se contagia muy rápido. No tiene defensas, hablo en sentido médico, es muy vulnerable a la propuesta de los rivales y acaba jugando como ellos e incluso peor. Con equipos como el Augsburgo, los chispazos de última hora valen. No debemos obviar que es un equipo de escaso nivel, muy flojo. Menos mal que Iturraspe salió y puso luz en un campo de sombras y oscuridad. Aparte del resultado esto es lo más importante del partido. Ha vuelto el centrocampista creativo y con cualidades para dirigir la nave rojiblanca en todos y cada uno de los partidos en los que el orden y la organización se erigen como principales. Mención especial para Laporte que salvó un gol ya cantado.
Me niego a conformarme con lo del jueves. Resultadista sí, pero con otro tipo de equipos. Eso sí, liderato y a pensar en la siguiente ronda a partir de febrero. Valverde dijo que lo arreglará y, como siempre, tengo plena confianza en él.