Las purgas políticas cada vez más frecuentes y sangrientas que se registran en Corea del Norte y los ramalazos de medidas aberrantes -como el establecimiento de un “tiempo norcoreano”, distinto del resto del mundo- son muy difíciles de explicar con parámetros políticos normales.
La tentación de ver en el actual líder máximo del país, Kim Jong-un, una reedición asiática del emperador Nerón es tan tentadora como absurda, porque si hay algo que el tercero de los Kim (Corea del Norte es nominalmente una república socialista, pero en realidad una dictadura hereditaria en la que manda de forma absolutista la familia del fundador del país, Kim Il-sung) practica sistemáticamente, esto es el realismo político. El hombre no da un solo paso que encierre más riesgos que beneficios.
Los motivos de la conducta del dirigente norcoreano hay que buscarlos más bien en dos debilidades: la de su país y la china, una constelación que Kim Jong-un ha valorado con mucha precisión hasta ahora.
Los problemas internos comienzan por la pobreza endémica (PIB por habitante: 2.400 $ anuales) que genera un economía de Estado, sino -y este es un elemento nuevo- que hoy en día ni pueblo ni élite dirigente aceptan resignadamente la situación imperante. Según revelan los servicios de espionaje surcoreanos, cada vez hay más brotes de protesta entre la población norcoreana y cada vez se registran en la clase dirigente más propuestas alternativas al modelo político-económico del actual Kim. Como en todas las dictaduras férreas, de tipo estalinista, el sistema norcoreano se basa en un culto a la personalidad que vincula tan fuertemente el sistema a la figura del líder, que los conatos de golpe de Estado (o la tentación de darlos) no aparecen hasta que el país se haya vuelto ingobernable. Y es que un derrocamiento adelantado del dictador conlleva un enorme riesgo de que el cambio traumático de líder máximo hunda todo el aparato de poder.
Pero las disidencias en una dictadura revelan siempre debilidades del sistema y ahí Kim Jong-un ha reaccionado siempre con una contundencia absoluta y no ha dudado en sacrificar familiares, compañeros de viajes o figurones del PC o el Ejército.
La violencia interna del joven dictador se debe a su convicción de que China, nación de la que depende la existencia de Corea del Norte, no le va a desautorizar las “purgas” como no le ha desautorizado (pero sí criticado) su empecinamiento en el desarrollo del armamento nuclear norcoreano.
Y es que Pekín, enmarañado en su particular cuadratura del círculo que supone crecer económicamente a un ritmo acelerado sin provocar grandes desigualdades sociales, no quiere ni por asomo tener un foco de conflictos públicos al otro lado de la frontera. Es decir, que tolerará todos los abusos de Kim Jong-un con tal de que no surjan en Corea del Norte aires de fronda que puedan contagiar a su propia población.