EN la época de Franco el Athletic disputó dos finales frente al Barça (1942 y 1953), que también perdió. Las crónicas de la época no recogen que se hubiera silbado al himno español, ni al Generalísimo, porque entonces los vascos y los catalanes éramos muy cívicos y respetuosos.

Aquel hombre murió anciano y en la cama (20-N 1975), y en su lugar pusieron a un rey con poderes limitados por una Constitución. Fue una de las novedades que trajo la balbuceante democracia, aunque podía vivir tan ricamente del erario público. Él, su familia y los hijos de sus hijos. Y por linaje, y ¡sin apenas darle un palo al agua! También se toleraron las manifestaciones públicas de ciertas opiniones y emociones.

Lo llamaron libertad de expresión.

Desde entonces, cada vez que llegaba Athletic o Barça a una final de Copa, se pitó al rey y al himno que le acompaña. Don Juan Carlos I hasta esbozaba una sonrisa cómplice, como diciendo: estos chicos... Quizá era consciente de que aguantar estoicamente el tipo ante súbditos levantiscos e inconformes forma parte del asunto regio en conformidad con los nuevos tiempos. Casi nadie puso el grito en el cielo. Pocos se rasgaron las vestiduras y apenas se tiene noticias de ultrajados en su esencia patria. Hasta que...

Casi cuarenta años después, aquellas sensaciones de libertad recobrada se han puesto en cuestión tras la muerte de un descerebrado ultra del Deportivo, que se citó en los aledaños del estadio Vicente Calderón para darse de hostias con la calaña del Frente Atlético. La coyuntura fue aprovechada por Javier Tebas, a la sazón presidente de la LFP, que recobró esa esencia de entusiasta militante de Fuerza Nueva que iluminó su juventud. Tebas exacerbó la cruzada contra la violencia en el fútbol, llevándola en su desvarío a extremos que se escapan al sentido común y abrazan la intolerancia. Lógicamente, la coyuntura (precampaña electoral), le fue muy propicia. Athletic y Barça se clasificaron en marzo para la final y la eventualidad de una nueva pitada al himno se convirtió desde entonces en bandera política y munición para lo más reaccionario de la sociedad española. Fueron tantas las amenazas lanzadas que la pitada del Camp Nou se convirtió en un clamor popular. En la necesaria reivindicación de un derecho fundamental cuestionado. Estamos hablando de la libertad de expresión.

Con sincero ánimo de colaboración, expongo algunas ideas con el propósito de atemperar en lo posible el grado de crispación generado y buscar soluciones al problema:

-Que el rey no acuda a las finales del Barça y/o Athletic pretextando, por ejemplo, una cacería de bisontes en Nebraska. Ante su ausencia, tampoco sonará el himno español.

-Que en vez de denominarse Copa del Rey, Generalísimo de los Ejércitos o de las Altas Cumbres Nevadas, se llame Copa, a secas. Tampoco necesita himno.

-Convocar un referéndum para abolir la monarquía y sus prebendas por la cara y destinar el presupuesto consiguiente a necesidades sociales, que alguna habrá.

-La expulsión, por decreto, del Barça y Athletic de la competición. Muerto el perro, se acabó la rabia. -Repartir auriculares por cada localidad para poder escuchar el epinicio en la intimidad sin que se entere y agite la hinchada.

-Disputar la final a puerta cerrada, salvo para el monarca y su séquito.

-Cobrarle a Su Majestad la entrada, y que vea el partido como Dios manda, mezclado entre la plebe. Desapercibido, tampoco habrá pitos.

-Meter un buen paquete a los 90.000 aficionados que alborotaron el Camp Nou e insertarles un chip que cante si acuden a otra final.

-Reinstaurar el espíritu de Franco. Mano de santo para evitar este tipo de conflictos. Como se sabe, nadie rechistaba (obvian los detalles).

-Denunciar a Ángel María Villar, presidente de la RFEF, organizador del partido y en consecuencia responsable de los desmanes (mira tú que el FBI no ha podido con él por los chanchullos de la FIFA y le van a pillar los de Manos Limpias).

-Recobrar la cordura, la prudencia, el buen juicio y el sentido de la mesura.