EL Eibar finalmente descendió a Segunda y creo que todos los aficionados al fútbol hemos sentido cierta congoja con la mala nueva. Esperó al último día para invocar un prodigio y en el partido final se apuesta con las cartas marcadas. El sentido práctico, la falta de motivación contra la mordiente y sobre todo los caprichos del calendario (no es lo mismo tener enfrente a un rival que se juega la vida que a otro que nada expone) preludian pronósticos lógicos e incluso malignos. Parecía normal y así sucedió que el conjunto armero venciera al Córdoba, descendido, hundido en la miseria, repudiado por su afición. A nadie le extrañó el pacto tácito de no agresión entre el Granada y el Atlético de Madrid. Un punto colmaba las aspiraciones de uno y otro bando, y un punto se repartieron como buenos hermanos. El Athletic encontró el colofón a la temporada con el calmado Villarreal y por eso pudo festejar a lo grande su clasificación para la Europa League, pase lo que pase en la final copera, despedir con honores a Andoni Iraola y culminar con alegría un campeonato irregular y propenso al sobresalto.

Sin embargo, dentro de esta previsibilidad de fin de curso ha sorprendido la súbita salvación del Deportivo en el Camp Nou. Para empezar, Luis Enrique alineó solo dos titulares (Neymar y Messi), y aunque nadie dudó que el equipo configurado disponía de suficiente pólvora y categoría para derrotar a los gallegos, no deja de ser un fraude a la competición. La cuestión es que el Barça pudo golear a su rival en la primera parte, y que en el minuto 60 Messi anotó su segundo tanto, desatando la algarabía en Ipurua. ¿Quién podía entonces intuir el descenso del Eibar, que ya vencía por 3-0? Pero los azulgrana se entregaron a la modorra y el Deportivo pudo empatar en dos golpes de fortuna. Indiferentes a cualquier drama, pendientes de los agasajos a Xavi y congratulados por su condición de campeón, los del Barça adoptaron la actitud prepotente de los emperadores romanos. Y decidieron perdonarle la existencia al Deportivo renunciando al ataque, y por esa dejación condenaron cruelmente al modesto Eibar, que con los mismos 35 puntos se fue a Segunda sin remisión. ¡Justicia divina! clamaron en A Coruña, recordando la temporada 2010-11, cuando con Miguel Ángel Lotina al mando perdieron la categoría con 43. La gran paradoja es que el Deportivo bajó entonces con la cifra más alta de puntos contabilizada y ahora ha protagonizado la permanencia más barata.

Plácidamente instalado en su atalaya, el Barça aguarda al Athletic dispuesto a conquistar su segundo título del año con trompetas y timbales.

Por razones obvias, parece tan segura la victoria azulgrana en la final que la afición rojiblanca, congratulada por el deber cumplido (el objetivo europeo), contempla la cita con indisimulada socarronería, lo cual es muy sano antes de acudir al matadero. En muchos bares se puede leer el siguiente letrero: “Cerramos el próximo lunes 1 de julio por la tarde porque sale la gabarra”. No le queda a la zaga la ocurrencia de la asociación de comerciantes BilbaoCentro, que habilitará un santuario, con reclinatorio y velas, para que los hinchas del Athletic recen con devoción a San Mamés. Lo cierto es que en las numerosas entrevistas a personajes de nuestra sociedad proclamando su arrebatada pasión hacia el Athletic, cuando se le pide un resultado nadie pronostica la derrota rojiblanca. Generalmente se opta por una victoria, por la mínima, como dicho con la boca pequeña y, eso sí, exigiendo que al menos compitan hasta dejarse la última gota de sudor y jamás vuelvan a rendirse por susto o negligencia.

A la espera de que el venerable mártir capadocio tenga suficiente influencia en el cielo como para que el Altísimo obre el milagro, recomiendo a Ernesto Valverde (a propósito de su renovación: la tercera parte de El Padrino también es una obra maestra) que muestre a sus muchachos el vídeo del Barça-Málaga, donde Javi Gracia diseñó un hábil plan que desactivó al Barça sin renunciar al ataque, infligiendo al equipo culé una justa derrota.

En su defecto, siempre queda recurrir a la película de aquel Athletic-Barça de 1984. Futbolísticamente fue una castaña pilonga, pero ha pasado a la historia por ser el último título, por el gol que hizo famoso para siempre a Endika Guarrotxena y por la fantástica gresca desatada por los reputadísimos Maradona, Schuster y compañía, que no supieron digerir la derrota. Cuanta razón tuvo Javier Clemente aplicando aquella filosofía parda que tan buenos resultados ofreció al Athletic: el espectáculo, en la gabarra.