A QUEL fue el partido en el que Piru Gainza se despidió de Franco con aquello tan chirene de “hasta el año que viene” y aquella también la final en la que el presidente del Athletic, Enrique Guzmán, respondería con una bilbainada al capricho del militar, quien exigió jugar la final en Madrid para no desplazarse. Pidió entonces el mandatario rojiblanco que se jugase en el Bernabéu “para que cupieran más hinchas bilbainos”, días antes de que lanzase aquel otro grito legendario desde el balcón del Ayuntamiento: “¡Con once aldeanos, les hemos pasado por la piedra!” Hablo, ya lo habrán adivinado, del Real Madrid de Di Stéfano y de la inolvidable final de 1958. Hablo de la leyenda...

Desde ayer se sabe que el libro de gestas se abre de par en par y con las páginas en blanco para que el Athletic escriba, de nuevo, con la tinta de la gloria rojiblanca. He ahí el espejo en el que mirarse. He ahí la guarida del dragón y he ahí al propio Di Stéfano, dios pagano del césped, rendido a la verdad de aquella tarde (dijo que no había que restarle “ni un ápice de mérito al Atlético de Bilbao: ha jugado más y mejor que nosotros...”). Y ahí también se recorta la silueta de Messi, sucesor del que fuera declarado mejor jugador del siglo XX (el título del siglo XXI hoy le pertenece...) a la espera, como entonces, de una tarde plácida en el sofá de casa. Falta, gracias a Dios, el viejo dictador aunque estos días se haya escuchado a sus lacayos.

Vendrán ahora las voces que se quejen de la ventaja concedida al Barcelona y las que festejen la lluvia de entradas; se escuchará a quienes prediquen la falta de músculo en los despachos y quienes se vanaglorien de la bilbainada. Sea como sea, la realidad, tozuda, concede la oportunidad de recrear en viejo retablo: un Athletic campeón en el corazón de la multinacional. Los once aldeanos de don Enrique.

Con la decisión aún caliente, se confabulaban los predicadores: ha sido el tiro de gracia para las posibilidades del Athletic. Pero a medida que la noticia corría por las calles de Bilbao iba creciendo el toc, toc, toc de la madera tallada: ya se trabaja en un nuevo caballo de Troya. Hará falta, claro está, un Etura como aquel, capaz de enmudecer al lenguaraz argentino para acallar al pequeño gran Messi; y un Arieta I o un Mauri (¡qué voleón el suyo!) capaces de marcar. Harán falta miles de gargantas que lleven consigo a orillas del Mediterráneo la bravura del Cantábrico y que llenen el partido de oleajes. Harán falta once hombres que se vistan por los pies y quintales de sudor e ilusión. Harán falta y no faltarán. Tengamos fe.