LA promoción es al marketing lo que las campañas electorales son a la política, un estado de agitación en la venta a corto plazo que se vive con enorme ansiedad -de la ilusión al pánico- por sus resultados inmediatos. Asusta la ligereza con que la televisión se presta a las operaciones promocionales y los oscuros cambalaches entre cadenas y marcas de consumo. Ingenuamente, la Comisión de la Competencia ha abierto una investigación a Telecinco por publicidad encubierta en un programa de la Campos. ¡Será por tu torpeza en el disimulo, María Teresa, porque nos lanzan decenas de mensajes soterrados cada día, y no solo en los corrillos del corazón! ¿Por qué ha sido noticia de telediario el rediseño de los envases de Coca-Cola? Hace mucho tiempo que la frontera entre información y publicidad saltó por los aires, antes con la propaganda y ahora con el anuncio entreverado.
Si la tele y los medios no se respetan a sí mismos por sus urgencias económicas, ¿cómo no les vamos a despreciar sus engañados clientes? El Hormiguero es una creativa plataforma de estrategias promocionales. Sin rubor. Músico con nuevo disco, escritor de novela reciente o actriz con película de estreno allá van prestos a anunciarse. Acudió Mariló Montero con su libraco, y el socialista Pedro Sánchez, necesitado de notoriedad y mercado. Ya lo anunció Umbral, con descaro: “Yo he venido aquí a hablar de mi libro”. Las citas en los platós son parte del marketing. También Joaquín Sabina ha hecho su ronda por las cadenas para pregonar su gira y álbum 500 noches para una crisis, delicia a la que me rendiré. Y fue encantado a La Sexta Noche. Ahora el disco del flaco de Úbeda patrocina el formato satírico de Wyoming.
Hay una crisis de autenticidad como nunca en nuestro mundo, cuyo fondo es el repliegue de la autoestima. Nada es lo que parece, nadie es como se muestra. Y la tele, como la calle, es un mercadillo de sueños y mentiras.