si el pasado viernes DEIA ubicó en la sección Banbalinak la información sobre el noviazgo del parlamentario vasco Borja Sémper y la actriz donostiarra Bárbara Goenaga fue por el marcado carácter rosa del caso. Discrepo con esta valoración. Cierto que se trata de un hecho privado, pero en lo esencial -salvando distancias y circunstancias- es tan relevante como los amores cinematográficos de François Hollande y la sutil historia de Nicolas Sarkozy con Carla Bruni, cantante, que fueron cuestión de Estado. A mí no me produce complejo (de esos que obliga a los medios a cogérsela con papel de fumar en ciertos temas) y lo abordaré como noticia de televisión con derivada política. Ambos, Borja y Bárbara, son personajes de la tele. El calificativo de político mediático que recibe Sémper responde a la realidad de quien prioriza en el diseño de su carrera una intensa participación en tertulias audiovisuales, mientras que Goenaga debe su fama de buena intérprete primero a ETB, que la catapultó desde la venerable serie Goenkale, y después a Antena 3 y TVE.

Pero el amor y la política se llevan mal, porque la intimidad se ve perturbada por la exposición pública a que conduce la actividad en las tribunas. En medio de este indeseable torbellino tendrán que arreglárselas. Y aunque Sémper obtendrá un plus de notoriedad gracias a esta relación, deberá equilibrar su impacto con una fuerte reserva de sus apariciones. No hay duda de que el parlamentario guipuzcoano va derecho (claro, no va a ir izquierdo) a la presidencia del PP vasco, a la espera de que Quiroga salga maltrecha de unos dramáticos resultados en las elecciones de mayo. Semper añade ahora a su cuidada imagen barba corta, peinado libre, moda -casual y discurso posmoderno- una aventura libresca que a otros produciría vértigo, como su juvenil poemario de escaso lirismo y sobrado descaro.

Conquistador, guapo, poeta, osado, rompedor e hiperactivo, el político irundarra ya está en el umbral de la fama televisada. Se lo rifarán en platós, saraos y librerías. ¡Bárbaro, Sémper!