esto es puro teatro. En el escenario la extraña pareja de la tele, Risto y Vasile, se enfadan y el publicitario da un portazo y anuncia -porque lo suyo es hacer anuncios- que aparca el camión de Viajando con Chester y no habrá más entrevistas en el sofá. ¡Se acabó competir con Jordi Évole los domingos, hala! ¿De verdad usted se cree esta comedia? Uno ya no sabe si reír o llorar, porque la relación comercial y de amistad entre ellos es tan estrecha que es irrompible. Risto le debe casi todo a Mediaset y Vasile suele mimar a sus descubrimientos. No les interesa el divorcio, por audiencia para el italiano y por notoriedad para el catalán, y de eso viven juntos. En lo que chocan es en el arte de negociar, uno de cuyos trucos es la ruptura táctica. Hay que tener mucho de actor, como los buenos manipuladores, para llevarla a cabo con solvencia.

Risto es un fenómeno. Escribe unos artículos increíbles, hechos con frases cortas como eslóganes subversivos; publica libros desafiantes para inquietar espíritus y marcas; crea campañas únicas y maneja con maestría los hilos emocionales. A mucha gente no le gusta, porque Mejide quiere que le aborrezcan y se hace el desabrido. Tiene muchas caras y, por supuesto, mucha cara; pero es admirable, especulativo y hasta tierno. Más difícil de entender, aunque lo explique, es su máscara. O sus gafas oscuras, un antifaz en el baile carnavalesco de este medio. Dice que así, enmascarado, no le reconocen por la calle y evita besos e insultos. Risto es un regalo para la tele creativa. ¿Cómo olvidar su colosal interviú a María Belón, la mujer que inspiró la película Lo imposible?

Mientras Mariló se asocia al impacto público haciéndose la boba, Risto elige la inteligencia cruda pero perecedera, porque la originalidad obliga a una renovación incesante y es agotadora. Se espera mucho de este hombre. Intensidad, provocación, transgresiones. Otra opción es que Mejide se mude a Antena 3, cadena a la que ya le hizo una campaña. Un fracaso, por cierto. Que vaya, pero que vuelva a la pantalla.