Pezqueñines no, gracias? ¿o sí?
Aunque aún hay quien no lo quiere aceptar, es un hecho que los seres vivos evolucionan. Eso a lo que llamamos teoría de la evolución no es una hipótesis científica mejor o peor establecida, sino un fenómeno del que tenemos constancia fehaciente. Algunos dicen que como la evolución es una teoría, las cosas quizás no están tan claras. Pero en ciencia la palabra teoría tiene un significado diferente del que tiene en la vida cotidiana; una teoría científica no es una mera hipótesis, sino algo mucho más sólido, bien establecido, capaz de ofrecer una adecuada explicación de los fenómenos de la naturaleza.
Tenemos la noción de que la evolución es algo que ocurre en plazos de tiempo dilatadísimos y que, por lo tanto, no la podemos ver en acción, pero eso no es cierto. Un ejemplo excelente, aunque en rigor no podamos decir que lo vemos, es el de la resistencia de las bacterias a los antibióticos. Las bacterias desarrollan resistencia con facilidad porque sus tiempos de generación son muy cortos, con lo que pueden surgir numerosas mutaciones en el ADN de los individuos de una misma cepa bacteriana. Aparecen así variedades nuevas rápidamente. Y si alguna variedad tiene una mutación que la defiende de algún antibiótico, las bacterias de esa variedad proliferan, acaban siendo mayoritarias, y a partir de ese momento el antibiótico en cuestión no sirve para combatirlas.
Las bacterias no son las únicas que evolucionan. La especie humana también lo hace. Veamos un ejemplo. Hoy sabemos que hace más de 7.000 años los seres humanos adultos no podían digerir leche. Pero primero una mutación, y otras después, han permitido a algunas personas digerir la leche de mayores. Pues bien, gracias a eso un porcentaje significativo de la población mundial puede consumir leche hoy en la edad adulta. Eso también es evolución.
Las pesquerías en las que sólo se autoriza la pesca de los ejemplares que superan determinado tamaño ofrecen también un curioso ejemplo de evolución con inesperadas consecuencias. Resulta que debido a la prohibición de pescar peces pequeños, los ejemplares de las especies capturadas crecen menos y se reproducen antes. Esos cambios se están produciendo en el curso de unas pocas décadas y al principio se pensó que ocurrían merced a la gran flexibilidad que tienen los seres vivos para adaptarse a las variaciones del ambiente, sin que para ello tenga por qué mutar la información contenida en sus genes. Sin embargo, recientemente se ha comprobado que, al menos en algunas especies, sí hay cambios genéticos implicados en esa adaptación y, por lo tanto, también se trata de evolución.
La evolución de las especies de peces bajo la presión de las capturas de los más grandes genera un problema ecológico de primer orden, porque al variar a largo plazo el tamaño de las especies, toda la cadena alimenticia del ecosistema cambia. Además, eso ha conducido a que las capturas desciendan de forma desproporcionada, por lo que está teniendo consecuencias económicas negativas. De hecho, se estima que las capturas podrían ser mayores si, en vez de prohibir la pesca de los más pequeños, los criterios de selección de capturas fueran distintos. Y ya se están evaluando criterios alternativos de selección de capturas, diferentes de los actuales que impiden la pesca de los ejemplares más pequeños.
¿Recuerdan el slogan de aquella campaña publicitaria? Pezqueñines no, gracias. Pues es muy posible que por culpa de la evolución de los peces que llegan a nuestra mesa, ese eslogan no haya sido una gran idea. Y es que la evolución ataca por donde menos se espera uno.