Ha ocurrido hace pocos días y todos los resortes han saltado en la Fundación Agintzari. Un juzgado vasco autorizó que una menor que había sufrido abusos sexuales pudiera testificar acompañada de su perro de asistencia. Una experiencia inédita que ahora esperan poder trasladar a otros tribunales. De hecho ya se está trabajando con la Unidad Forense de Bizkaia para abrir la puerta a este escenario alegando que el animal no interfiere en el proceso. De hecho, su presencia es casi imperceptible, salvo por su tamaño.

No son mascotas. Son algo más incluso que el repetido mejor amigo de ese menor de edad que atraviesa por una situación intensa de vulnerabilidad. Perros como Koko o Pantxita, un retriever chocolate y un cavalier, asumen de forma intencionada y consciente -aunque no sea en el formato humano- su rol de terapeuta, de profesional en el acompañamiento a estas víctimas.

El bienestar del menor, en el centro

Agintzari tiene contratados a siete perros -aunque uno ya está jubilado- para que el servicio de atención de este programa foral especializado de valoración e intervención psicológica en situaciones de abuso sexual infantil sea integral y eficaz en sus objetivos: el bienestar del menor siempre en el centro de la intervención, como ha subrayado Elixabete Etxanobe, diputada general de Bizkaia.

De los 166 expedientes gestionados en la actualidad por esta Fundación, cinco de ellos han requerido de esta terapia. La gravedad de esos casos ha hecho necesaria la intervención de estos animales -uno de ellos es un terranova- para reducir la ansiedad y el miedo de las víctimas y, sobre todo para “favorecer la expresión emocional en menores que no logran hablar de lo ocurrido”, ha relatado Nekane Ibarretxe, psicóloga especializada en la intervención asistida con perros.

Autoestima y autocontrol

Y es que la “angustia” que generan los abusos sexuales en niños, niñas y adolescentes complica sobremanera el establecimiento de cualquier tipo de relación; más aún si se trata de adultos desconocidos… De algún modo, pierden la confianza en las personas y se encierran en el pozo del desamparo psicológico, ese sentimiento de abandono, sospechas e indefensión que se traduce en soledad no deseada a edades tempranas, ha descrito Rosa Lizarraga, terapeuta de Agintzari. Un estado mental que estos perros consiguen tumbar con su presencia.

Primero es necesario crear ese vínculo entre persona y animal y dejar que fluya la simpatía, la ternura y el cariño en ambos sentidos. “Refuerzan la autoestima y el autocontrol y facilitan el vínculo terapéutico con él o la profesional, abriendo el camino para el trabajo psicológico más profundo”, ilustraba Ibarretxe.

"Resultados esperanzadores"

Y es que los animales son capaces de ofrecer una relación segura, “sin prejuicios, sin exigencias y con una aceptación incondicional”. Para muchos menores, el contacto con un perro -o un caballo, también empleado en terapias por el servicio foral de Infancia- “les permite volver a experimentar la confianza, el cariño y la seguridad que el abuso u otros maltratos les arrebataron”, apuntaron. La terapia con perros empezó hace 10 años se aplica en casos “con daño muy grande” y ofrece “resultados esperanzadores”, concluyó Ibarretxe.