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Las víctimas y el nuevo escenario político

cuántas palabras, cuánta demagogia, qué hastío provoca la apropiación sectaria, la patrimonialización política interesada del mundo de las víctimas de la violencia. La reparación social y política de las víctimas es un acto de justicia, sin duda. Debemos elevar nuestra dignidad individual y como pueblo. Hemos logrado evitar convertirnos en la sociedad de la decepción ante el retrógrado reducto totalitario violento que representaba ETA y su tiranía militar; de igual manera, la gran mayoría de nosotros hemos condenado como ciudadanos, como pueblo y como sociedad la barbarie organizada de los infames episodios de violencia por parte de los aparatos del Estado. Pero esa perversión del conflicto político, (del profundo "contencioso vasco" en los términos del Acuerdo de Ajuria-Enea) que representa la violencia terrorista y de Estado no convierte a las víctimas en titulares de la verdad absoluta, ni les legitima para pretender que sus postulados políticos sean asumidos por el resto de ciudadanos bajo la amenaza de estigmatización a quien ose discrepar de sus consignas, basadas en un sentimiento de odio y de venganza humanamente explicable pero no compartido ni compartible, por mucho sincero respeto que merezcan.

Quisiera huir ahora de falsas simetrías o equidistancias. No pretendo colocar al mismo nivel a agresor y a agredido, pero me rebelo frente a un modelo de hacer política en Euskadi basado y centrado en la confrontación interesada y que, como un boomerang, volverá contra quien lo esgrime. Si de verdad hubiera voluntad política no resultaría difícil encontrar un mínimo común denominador ante la nueva etapa que debe consolidar la paz irreversible en Euskadi. Hay quien se empeña en bloquear toda posibilidad de acuerdo, por el temor a ver menguada así la totémica y potente baza político-electoral que ello representa.

Éstas serían las premisas del acuerdo entre diferentes en esta materia: apoyar a todas las víctimas y asumir que al terrorismo se le ha de vencer desde el Estado de Derecho. Estoy convencido de que ninguna fuerza política vasca que defienda principios democráticos se opondría a estas ideas-motor, sea nacionalista o no nacionalista.

El problema es otro: puedo dejar de lado la neutralidad, es decir, puedo y pretendo tomar partido, no ser neutral (en este caso, inclinarme a favor de la causa de las víctimas), y sin embargo tratar de ser imparcial, con el fin de examinar las circunstancias que concurren en inadmisibles ataques y vulneraciones de libertades y derechos civiles y políticos que, situados obviamente de forma jerarquizada por debajo del derecho a la vida, son susceptibles de crítica, y poder así en definitiva dar o quitar razones a unos y otros.

Desde esta visión, que muchos ya juzgarán como "desviada" y orientada a dar cobertura desde la ingenuidad a los violentos, es posible dar una respuesta firme y cívica, sin miedo ni sed de venganza. Solo si se reivindica con igual sinceridad y fuerza la defensa de todos los derechos avanzaremos hacia un escenario de concordia, de convivencia entre diferentes. Necesitamos una catarsis social que logre alcanzar puntos de encuentro, no de permanente tensión y enfrentamiento. Eso, en el fondo es lo que persiguió ETA empuñando las armas: la discontinuidad histórica de un cambio de estatus impuesto por la fuerza de la violencia, desestabilizar al pueblo vasco, ponerle en agitación, hacer que fuésemos incapaces de reaccionar con calma. No debemos otorgar nunca esa victoria póstuma a los terroristas. Y si quien reclama ahora similares postulados de victoria frente a derrota pretende hacerlo bajo la supuesta legitimidad que le otorga su condición de víctima ha de entender que la empatía y la solidaridad que despiertan ante el sufrimiento injusto que han vivido no les confiere ni la omnisciencia ni la asunción acrítica de sus postulados por parte del resto de la sociedad, porque el respeto no está reñido con la disidencia.