A la pretemporada se le concede gran importancia y es lógico que así sea. Disponer de un período amplio, mes y medio más o menos, con un porrón de sesiones de entrenamiento y contar además con la posibilidad de ensayar aquellos aspectos que interesa mejorar en una serie de amistosos programados de forma que no se atraganten en exceso, asoma como el plan perfecto de cara a afrontar con garantías la temporada oficial.
El Athletic continúa fiel a este tipo de preparación estival que calificaríamos como clásico. Hay clubes que se decantan por rentabilizar el verano con giras a lugares exóticos, partidos en condiciones poco aconsejables y una constante exposición de los profesionales en actos promocionales. Solo una minoría no lo acusa en los meses siguientes. Pero el Athletic se aferra a lo que se ha llevado toda la vida y últimamente hasta elude ese trámite que en el pasado se puso muy de moda, consistente en buscar un destino en altura, en parajes de Europa Central, igual que los ciclistas, a fin de realizar una concentración que favoreciese la puesta a punto física ideal de los jugadores. Era una semana de aislamiento en una zona de montaña que, de repente, dejaba de ser considerada como ideal y por obra y gracia de un cambio en el banquillo se canjeaba por una semana en una localidad junto a las playas onubenses, se supone que con idéntico beneficio para la plantilla. En fin.
Ahora, en verano, el Athletic únicamente sale de Lezama para medirse a otros conjuntos y así ir cogiendo ritmo de competición. Toma un avión, se desplaza, juega y vuelve para continuar con la rutina. La medida se antoja absolutamente lógica: si sus instalaciones son modélicas, envidiables, qué sentido tiene gastarse la pasta en trabajar en otros recintos probablemente peores y a cientos de kilómetros de casa.
El capítulo de los partiditos suele dar más juego porque, en definitiva, es lo que se ve. Es a lo que el aficionado, ávido de información, tiene acceso. Sin embargo, las probaturas se han de coger con pinzas. Los profesionales son los primeros que procuran relativizar el marcador de los amistosos, así como la imagen del equipo cuando vienen mal dadas. Atenuantes, los hay de sobra y fundamentados: que si los chicos van cortos de entrenamientos o retrasados en comparación al adversario; que si las alineaciones se diseñan pensando en repartir minutos entre todos y no con la finalidad de ir a ganar a toda costa; que el técnico enfoca el choque para testar variantes, cosas nuevas o viejas que conviene pulir, asuntos de índole táctica o experimentos de tal o cual jugador en una posición que no es la suya habitual. En suma, aceptamos que abundan las razones por las que no se deben extraer conclusiones precipitadas. Lo que de verdad vale es lo que vaya a pasar en el comienzo liguero, las vivencias previas que nos ocupan de momento atienden a una planificación enfocada a dar la talla justo entonces.
Lo expuesto hasta aquí, quizás con alguna leve discrepancia, puede compartirse tranquilamente, pero resulta que el calendario corre y, a dos semanas de la apertura de la competición, aún solo se han visto versiones poco o nada convincentes del Athletic. Ratos en que amagaba con emular al equipo agresivo y contundente que el personal espera y excesivos minutos discretos o directamente vulgares. Apelar al rango de los rivales, como disculpa no tendría un pase. En el orden colectivo no ha funcionado ni con ni sin balón, ni atacando ni en el repliegue. En el apartado individual no merece la pena ponerse a la tarea de distinguir a alguien, puede llevar demasiado tiempo. La mayoría ha quedado como difuminada en el deambular del bloque. Bueno, no pasa nada, es pretemporada. La hora de espabilar está más cerca.