La injusta demonización del empresariado vasco
Toda generalización es injusta. Es cierto que en el colectivo de empresarios españoles en torno a la CEOE, y con su anterior presidente Gerardo Díaz Ferrán como exponente de mala praxis, ha habido comportamientos poco edificantes que han sembrado la semilla de una desafección ciudadana hacia lo que esas conductas desviadas y alejadas de lo que el buen actuar empresarial y social debe representar: la cultura del enriquecimiento individual especulativo, la economía sumergida, el recurso sistemático a paraísos fiscales, las deslocalizaciones fraudulentas o la insolidaridad fiscal son conceptos que se repiten ante el descontento e indignación de la dura crisis.
La economista Loretta Napoleoni ha calificado esa suma de comportamientos como economía canaglia: domina el planeta la economía canalla, una especie de fuerza incontrolable para nuevas generaciones de hombres de negocios, empresarios y financieros sin escrúpulos anclados en la cultura del pelotazo de la especulación del ladrillo, la elevación del capitalismo de una economía sin suelo estable ni productivo.
¿Responden a toda esta descripción nuestros empresarios? ¿Podemos hablar de gran capital especulativo, ajeno a la realidad social y centrado en el enriquecimiento individual? ¿No son empresarios nuestros titulares de comercios, los autónomos que contratan personal para tratar de ampliar su negocio, el titular de la empresa que subsiste y que consume sus recursos propios en evitar la inanición social y fabril de su negocio? Inmersos en esta crisis, una de sus derivadas más llamativas es el afán, agudizado en Euskadi y en particular en Gipuzkoa, de designar un único grupo como responsable de todos los males.
Sindicatos, movimientos sociales de protesta e incluso fuentes político-institucionales precisan encontrar chivos expiatorios sobre los que volcar ese enorme analgésico social que es la indignación, la protesta, la descalificación, la maniquea, injusta y simplista separación entre buenos y malos; la identificación, en definitiva, del empresario vasco como gran capitalista ajeno a la sociedad a la que aporta riqueza social a través del empleo generado y de las cargas impositivas y fiscales. Esa tendencia se impone porque da réditos de imagen a quien la secunda, fomenta la cultura de la irresponsabilidad (siempre hay otro que es el causante de todo lo malo acaecido) y permite arrogarse esa legitimidad social victimista para protestar, descalificar y articular un discurso de permanente confrontación.
Causa furor la alusión en muchos discursos a que "este partido está del lado de los empresarios" o aludir a "estar favor o en contra de la sociedad"; ¿es que no forman parte de esta sociedad los empresarios? Denostar a estos como si sobrasen y hubiera que abolir esta especie de estigmatizada estirpe es profundamente injusto y peligroso, porque esa deriva nos lleva a socializar la pobreza bajo el pretexto de convertir la política en ideología populista y la reivindicación de mejoras sociales en una especie de perspectiva revisitada de la lucha de clases sociales.
¿Qué modelo empresarial tenemos en Euskadi, con una media que no llega a 10 trabajadores por empresa dentro de nuestro tejido industrial? ¿El del gran capital o el del empresario que teje su negocio desde aquí por cultura de país? ¿A qué se debe ese abismo de incomprensión social en torno al empresariado? ¿Por qué se ha exacerbado ese desapego social hacia el empresario, que percibe ese clima de hostilidad como un reproche hacia su actividad? Al empresario que lo hace bien y progresa económicamente se le mira con recelo, muy lejos de la admiración con la que hace tiempo aquí en Euskadi y hoy todavía en otros países se apreciaba y se valora a quien a fuerza de trabajo y sacrificio ha posibilitado la generación de riqueza y recursos sociales.
Al contrario, hay fuerzas políticas y sindicales que maniqueamente demonizan al empresario como "explotador" y perpetuador de un sistema "capitalista" a abolir. ¿Alguien cree que el empresariado vasco responde a este trasnochado y obsoleto estereotipo? ¿Qué modelo de sociedad y qué modelo industrial queremos para Euskadi? ¿Será posible implantar no ya una política de izquierdas, sino cualquier tipo de política sin industria, sin inversores, sin capital dispuesto a apostar por nuestra tierra, nuestra gente y nuestros proyectos?
En la trinchera de la confrontación se vive mejor y más cómodo que en la cooperación. Hay que generar un clima que favorezca la asunción compartida de malos y buenos momentos empresariales por parte de todos, fomentar una verdadera política de empleo y lograr la implicación responsable de los trabajadores en el futuro de nuestras empresas. Los centros de decisión de las empresas deben mantenerse en Euskadi. No podemos permitirnos el lujo de desmotivar la continuidad de nuestro tejido industrial. Si fueron y fuimos, todos, también los empresarios, capaces de soportar la infame y dura presión chantajista de ETA, ¿no vamos a ser capaces ahora de generar un clima social que consolide nuestra industria, nuestra masa empresarial que es la base para salir de la crisis, generar empleo y aportar recursos al sistema para garantizar las prestaciones sociales?
Si aprovechamos la crisis para fomentar modelos de participación en la empresa que hagan que todos los componentes de la empresa estén comprometidos con ella, de forma que su carácter motivador garantice el futuro de la misma, lograremos empresas más estables, duraderas y con mayor sentimiento de pertenencia. Ese es nuestro reto social, unido a la superación de esta dura crisis.