Son los descendientes de los hunos, turcos y mongoles y, sobre todo, de los husares y dragones, los más temidos en el campo de batalla. Aquellas tropas de caballería ligera se empleaban, sobre todo, para misiones de reconocimiento, escaramuzas y asaltos. El tráfico rodado que invade Bilbao estos días se mueve con la misma agilidad: llega de forma escalonada y se va en orden.

Los últimos datos ofrecidos explican la estrategia de ataque, digna del intelecto de Napoleón, quien conquistó Europa con el Mosa, el Mons y el de Sambre, tres ejércitos que movía en círculos concéntricos con menos efectivos que sus enemigos. En las carreteras que rodean Bilbao ocurre otro tanto: 130.000 vehículos menos en seis años. Se aligera la caballería rodada.

Coincide ese descenso con el auge de los nuevos accesos a Bilbao que ayer cumplían un mes y la fórmula matemática cuadra: todo va rodado, dicen. Es cierto pero la gran evasión de vehículos se produjo un año antes, entre 2011 y 2012, cuando la caída se situó en 114.000 vehículos menos de un año a otro. Como tantas veces se ha dicho, puede que la crisis llegase a estas tierras con un cierto retraso pero ese dato lo explica bien a las claras: fue entonces cuando cruzamos la línea Maginot, aquella legendaria para la fortificación y defensa construida tras la I Guerra Mundial. Fue entonces cuando cayó el muro.

En realidad quiere decirse que la carretera es un buen termómetro de la vida. En ella pueden verse las artimañas y pillerías de quienes avanzan en la caravana por el arcen (equiparable a abrirse paso en la vida a codazos...); la impaciencia de quienes recurren al claxon al primer parón; el acelerado y el manso; aquel que improvisa los viajes o se queda sin gasolina de tanto en tanto y quien calcula los recorridos, hincha los neumáticos, llena el tanque, calcula las paradas y los tiempos de descanso; el meticuloso de toda la vida.

No se detiene ahí el test de personalidad. Hay quien advierte aquello de "dime qué música escuchas en el coche y te diré quién eres"; quien coquetea, mirándose una y otra vez en los espejos retrovisores, y quien farda haciendo rugir los motores. No faltan los intrépidos que entran en una curva como Pedro por su casa (y que en ocasiones, por desgracia, salen de ella visitándole a San Pedro allá donde espera con las llaves..), ni los temerosos que se plantan en los 70 (kilómetros por hora, quiero decir...) y exasperan a quienes viajan tras ellos. Hay violentos que resuelven las disputas a puñetazos y gente de paz que guarda todas las normas y señales, por incomprensibles que sean. La carretera, ya ven, es la vida.