la retórica es la última frontera entre la inteligencia y el instinto. Nos permite embellecer la verdad, describir la realidad con agudeza y hacer maravillas con el fondo de nuestras dudas. El enamorado, el creyente, el poeta, el vendedor, el cínico y el maestro no sobrevivirían sin su auxilio. Pero la retórica no es útil solo para persuadir, también lo es para detectar falacias. En la noche electoral vasca, la televisión nos ofreció ejemplos de retórica barata, común entre los políticos. Cuando un descompuesto Basagoiti declaraba que "queríamos movilizar más a nuestro electorado y haber tenido más escaños", encubría estas otras palabras: "Nos hemos dado un batacazo de campeonato y a mí me baila la silla". Cuando López, traumatizado, manifestaba que "estos no son los resultados que esperábamos y no hemos movilizado a nuestras bases", ocultaba su auténtica sentencia: "Hemos perdido un tercio de los votos y mi proyecto se ha ido a la porra". Cuando Mintegi, exultante pero menos, proclamaba que "dos de cada tres parlamentarios van a ser nacionalistas", escondía una intención oportunista: "Sumando mis electos a los del PNV no se notará tanto mi frustración". Y cuando Maneiro, soliviantado por la mayoría inconstitucional, tildaba a Euskadi de "sociedad abducida y enferma", quería decir: "Me ponen enfermo estos separatistas, me dejan con un mísero escaño". Y así toda la semana, políticos a la fuga, huérfanos de dignidad y lucidez.

En cambio, las cadenas españolas no ocultaron su cabreo patriótico bajo una retórica de disimulo. España retransmitió su ira en directo. ¡Qué extraordinario espectáculo ver a los tertulianos de Intereconomía, 13 TV, TVE, Antena 3 y Telecinco rugiendo contra el voto de los rebeldes vascos, mientras en Euskadi se brindaba y brincaba por un triunfo abertzale sin paliativos! Una gozada. El gran hallazgo de las televisiones estatales es haber convertido los debates de opinión en género humorístico: cuanto más se enfadan, más risa nos producen. Sí, la democracia es divertida, incluso cómica.