El nombre del mexicano Alfredo Codona duerme el sueño de los justos. La historia le olvidó, por mucho que hubiese un tiempo en que se pronunció en medio de un redoble de tambores y ente ¡oooohhhs! de admiración. El porqué hoy parece una nimiedad: fue el primer humano en realizar un triple salto mortal en los trapecios volantes, sueño dorado de muchos trapecistas de su época viéndolo como un imposible. La vida de Codona se torció, como la de tantos otros, por culpa de una mujer. Encontró a la suya en brazos de su amante en Long Beach (California); y sin pensarlo dos veces, cogió su pistola y mató a la infiel para, acto seguido, quitarse la vida: un final trágico cuando se encontraba en la plenitud de su carrera artística.

Hoy el triple salto mortal lleva incorporadas nosecuántas piruetas y tirabuzones y se practica casi a diario así que, querido Alfredo, lo tuyo fue un ná. Se practica en otra modalidad distinta al trapecio, eso sí: es un prodigioso salto en el tiempo con el que se logra alcanzar el día 31 de cada mes batiendo en el 1 y con un sueldo (en el feliz caso de que se tenga un sueldo, claro...) que no alcanza para comprar la red de protección, ni magnesio para las manos o arneses para la sujeción. Vamos, que con lo que gana un propio es un prodigio de circo de tres pistas cruzar de lado a lado el calendario sin descalabrarse.

Es algo ya sabido por el tortuoso camino de la experiencia. Un cocimiento empírico. Un año después de su elección, el diputado general de Bizkaia, José Luis Bilbao, viene a recordarnos que jamás vio una situación semejante. El dinero ha desaparecido del mapa como desapareció Alfredo Codona: de un plumazo.

"¿Dónde está?". Esa es la pregunta que me lanzaba hace unos días un niño. "¿Dónde está qué?", fue la respuesta. "El dinero que antes estaba, ¿adónde se ha ido? ¿De vacaciones?". Hay que joderse con el niño. Ya no vienen preparados como antaño. Por una vez, y que sirva la lección para preguntones venideros, habrá que contestarle. Mira, majo, el dinero no está porqueeeee... se ha ido aaaa.... ¡Bueno, vamos a ver! ¿Por qué tengo que educar yo al hijo de otro señor? ¡Lo que me faltaba! He buscado la respuesta en estas páginas y en otras muchas -las de salmón, ¿es solo una impresión mía...?, van oscureciéndose hacia el gris casi negro...- y llego a la misma conclusión que Bilbao. No sabemos cómo ni por qué, pero entre todos hemos de salir a buscarlo. Con linternas, si hace falta.