Después del 22-M, y a la vista de los resultados, pudimos asistir al incongruente rasgado de vestiduras de muchos hipócritas escandalizados por el innegable éxito de Bildu. Olvidaron, claro, que buena parte de ese éxito les correspondió precisamente a ellos, a los que convirtieron a la izquierda abertzale oficial -llámese Sortu o Bildu- en mártir perjudicado por una cuestión de Estado. En los meses precedentes a las elecciones municipales y forales, primero la presión para provocar la ilegalización de Sortu en el Tribunal Supremo y después los denuestos contra la legalización de Bildu por el Constitucional ocuparon portadas, cientos de páginas impresas, horas de emisión audiovisual, comentarios, tertulias y análisis.
Decíamos entonces en este mismo espacio que cualquier formación política hubiera dado lo que le pidieran y estuviera en su mano por tanta presencia mediática. Las consecuencias posteriores demostraron lo productivo de aquella campaña, que elevó hasta el infinito la imagen del agraviado y el resultado rentable de magnificar el victimismo. Bildu llegó a las elecciones con la campaña hecha y con un mínimo coste.
Desde que el presidente español Rodríguez Zapatero anunció la fecha de las elecciones anticipadas, todos se apresuraron por entrar en campaña. Y si la actuación de los electos de Bildu en su andadura inicial fue objeto de especial -y perversa- atención por parte de PP y PSOE, con el convulso panorama del 20-N como objetivo se ha intensificado el marcaje. De nuevo, tropezando en la misma piedra, se ha amplificado la lupa y los dos grandes partidos españoles con sus apéndices mediáticos pugnan por vigilar cada gesto, cada discurso y cada omisión de Bildu para arremeter en feroz competencia contra eso que denominan "el universo de ETA", entelequia que puesta en la diana de la reprobación parece que proporciona votos del Ebro para abajo.
Socialistas y populares han coincidido, de momento, en concentrar sus improperios en el diputado general de Gipuzkoa, Martin Garitano, que ostenta la más alta autoridad entre los cargos institucionales obtenidos el 22-M por la coalición soberanista. Sería ingenuo pensar que el diputado general, experto conocedor de los entresijos de la comunicación, se esté prodigando en actuaciones y declaraciones singulares, provocativas para algunos, sin otra intención que cumplir sin más sus compromisos oficiales. Martín Garitano sabe de sobra cuáles son las reacciones que van a desencadenar sus discursos sobre todo cuando en ellos alude a las víctimas, tema especialmente sensible para sus adversarios políticos y sobre el cual van a chapotear, supuestamente indignados, los dirigentes del PP y PSOE y sus medios afines.
Durante este verano, los portavoces socialistas y populares han vuelto a caer en la trampa de una inercia que de nuevo les lleva a hacerles la campaña. La ambigüedad calculada, incluso la parcialidad manifiesta que el diputado general de Gipuzkoa prodiga en gestos y en discursos, les pone de los nervios. Y, perdido el oremus, han vuelto a procurarse el voto entrando a saco por la vía de los exabruptos, pidiendo la ilegalización, la moción de censura y hasta la cárcel para los de siempre.
Garitano ni se inmuta. Los estrategas de Bildu saben que, entrando al trapo esos adversarios y sus medios, la adjudicación pasiva del victimismo como mensaje de campaña puede volver a serles rentable. Sin embargo, quizá el diputado general de Gipuzkoa no ha caído en la cuenta del riesgo que está corriendo con su actitud de rompe y rasga. Es probable que le tenga sin cuidado haberse convertido en pocos meses en la bestia negra del antiabertzalismo español y vasco. Pero debería tener en cuenta que su discurso choca frontalmente con las solemnes declaraciones de Arnaldo Otegi ante el tribunal de la Audiencia Nacional. Que su actitud puede ser aplaudida y jaleada por un sector -quizá el más poderoso- de Bildu, pero que supone un riesgo más que probable para la futura legalización de Sortu. Que, pasados los fastos del apoteósico éxito del 22-M, poco a poco van aumentando los desengañados que esperaban una actitud más enérgica y explícita contra ETA por parte de la coalición.
Delicada coyuntura, que evidencia la torpeza de los que parecen decididos a repetir el regalo de la campaña electoral a Bildu pero también la ceguera cortoplacista de aceptar el papel de perseguidos y agraviados, a base de practicar la provocación institucional.
Por más que PP y PSOE rivalicen en esta irreflexiva trifulca por desacreditar a Bildu, lo cierto es que ahora queda más clara la diferencia entre predicar y dar trigo porque no es fácil pasar de repente de la pura y utópica resistencia a la cruda realidad de la gestión. Van a volver a regalarles la campaña, pero en Euskadi el más tonto hace relojes.