Un cortocircuito en los cielos
Los chinos, que en esto del fútbol aún están en mantillas, comenzaron a buscar frenéticos en Google dónde estaba el Athletic Club de Bilbao y las agencias de noticias del gigante asiático, en su afán por dar luz sobre el singular equipo que había tumbado al mismísimo Real Madrid, no repararon en esfuerzos. Hubo quien comparó al conjunto vasco con la aldea gala donde Astérix y Obélix resistían imperturbables los embates de las legiones romanas. Otros destacaron que todos sus jugadores proceden de un minúsculo país llamado Euskadi. Alguno advirtió que dos de los seis títulos con los que el Barça deslumbró al mundo el pasado año los ganó frente al Athletic, luego tampoco debía ser una casualidad, y más cuando hurgando en su historia comprobaron el lustre de su pasado.
Bilbao, en suma, recorrió las autopistas virtuales y desparramó su buen nombre por toda la Tierra. Semejante impacto mediático, al parecer, le dio un poco de rabia a Iñaki Azkuna, más que nada porque, pensó, se podían haber ahorrado los 2,5 millones de euros empleados en la Expo de Shanghai para promocionar las excelencias de la Villa.
Es lo que tiene la globalización y el enorme eco de vencer al Real Madrid y toda su cohorte galáctica. Allí el revuelo también fue fantástico. Kaká se entregó con frenético empeño al rezo, temeroso de haber perdido el favor del Señor. Y mientras Ronaldo llamaba desesperado a Paris Hilton buscando consuelo en alguna de sus pícaras sinsorgadas, los analistas futbolísticos exigieron la amnistía del mismísimo Guti: podía ser un zascandil sin remedio, pero al menos sabía dar un par de pases con criterio entre las líneas enemigas.
Un partido de fútbol dura tanto que no se acaba hasta que se juega el siguiente, así que el Athletic viajó con regusto y ufano hasta A Coruña para ratificar frente al Deportivo si en verdad estaba en estado de gracia, y además contrastar su nivel futbolístico contra otro exigente rival.
Pero volvieron a ocurrir sucesos extraños que se escapan a toda lógica. No se entiende que el Athletic mostrara un rango de juego superior al del equipo gallego y, sin embargo, casi pierde de paliza. Reconozco que analizar tanta desmesura se me hace complejo. Entiendo las dos soberbias paradas protagonizadas por Dani Aranzubia, pues con el cambio de aires ha podido demostrar la fiabilidad como portero que no pudo atestiguar en aquel Athletic que le tocó defender, desquiciado por los nervios y hecho un flan. Pero intuyo en la escasa consistencia que tuvieron los remates de Fernando Llorente una invisible presencia, quizá una meiga, o un ángel, pues en los prolegómenos del partido se pudo ver a un empleado del club coruñés escanciado agua bendita sobre las porterías. Se intuye que fray Lotina, entrenador del Depor, tiene hilo directo con el Altísimo, no en vano es de los que aún va a misa y seguro que recibe el místico fervor de sus hermanas monjas. Pero, ¡ay!, enfrente estaba su amantísimo Athletic, un equipo al que, según dijo, jamás entrenará para no beber de su amargo cáliz.
Entonces, ¿hubo en Riazor un cortocircuito celestial? ¿Puso Lotina una vela a la Vírgen y otra al diablo?
El Athletic no atinó ni una y hasta el gol a favor lo anotó el deportivista Colotto en propia meta. Del otro bando, la fortuna jugueteó cruelmente con su mejor hombre, el brasileño Filipe Luis, que mientras encarrilaba el triunfo local arruinaba su carrera con esa gravísima lesión. De repente, el partido se convirtió en puro sarcasmo: deambulaba errático el árbitro Estrada Fernández, ofuscado y especialmente dañino para el Athletic. El segundo gol se producía de forma accidental, por un caprichoso rebote. Y en el tercero Juca embistió como un toro desbocado a Amorebieta, que de pasó cató un buen trago de su propia medicina.
Y allá estaba Caparrós, mascando tan frenéticamente el chicle que uno ya imaginaba a su lengua escapándose, cercenada por un certero tajo.
Y Lotina, con la mirada extraviada, sin celebrar nada, consternado por la desdicha de Luiz Filipe y la suya propia, pues se queda sin la estrella balompédica; y la del presidente, Augusto César Lendoiro, a quien se le ha roto el crack y un suculento negocio en ciernes.
Fue una victoria pírrica para el Deportivo y una derrota desoladora para el Athletic, que afrontó con ambición el partido y acabó zarandeado por ese fenómeno insondable llamado suerte, el mismo que le untó de grandeza frente al Madrid y le quitó hasta el alma en Riazor.