Parece que dentro de poco tiempo empezaremos a escuchar las notas triunfalistas que señalan la salida del túnel de la recesión. Algo así como una "marcha triunfal" al estilo de la composición de Verdi en la ópera Aida para el momento en que el ejército victorioso entraba en Tebas, "Dad gracias a los dioses por este día feliz" cantaban los sacerdotes egipcios cuando sus soldados traían encadenados a los etíopes que pasaban a ser sus esclavos. Así es el ser humano, capaz de elevar a la gloria divina la esclavitud de sus semejantes. Es posible que algún lector se pregunte qué tiene que ver esta alegoría lírica con la economía. Sencillo. Los políticos se sienten aliviados porque se empiezan a dar los brotes verdes y podrán decir al pueblo "elevad vuestras miradas hacia los árbitros supremos". Pero el escenario puede ser irreal e injusto. El presumible éxito se basa en la fortaleza de un ejército que no ha cultivado el conocimiento, la formación o la innovación, sino los dineros públicos concedidos por los "árbitros supremos" (tipos de interés, ayudas a bancos y rebajas fiscales), pero sin corregir los factores que determinaron el colapso sistémico del sector financiero, mientras que la sociedad no puede romper las cadenas del desempleo y el empobrecimiento general.
Nada se ha hecho para evitar que en un futuro, la especulación financiera pueda ser la mecha de una nueva burbuja. Nada se ha hecho para hacer más transparente la gestión de los bancos, pese a que han sido objeto de inmensas cantidades de capital público para no vivir otros Lehman Brothers. Los "sacerdotes bancarios dan gracias a los dioses por el día feliz" en el que presentan resultados con grandes beneficios, mientras que en el quehacer diario ejecutan las hipotecas de quienes no pueden hacerlas frente porque la crisis les ha encadenado al paro.
Sabemos por la historia cómo terminó aquel pueblo egipcio que coronaba a sus faraones como la representación terrenal de los dioses. Por eso concluyo esta columna recordando la representación que se hizo de Aida en la Ópera de Ámsterdam (año 2000) en la que el director de escena (Klaus-Michael Grüner) hizo que la vibrante "marcha triunfal" se desarrollara sobre un escenario en el que había 6 grandes columnas-tótem que en vez de jeroglíficos egipcios contenían alusiones a los juegos de azar, mientras las luces multicolores giraban intermitentemente. En esta estética a lo Cesar Palace de Las Vegas, 6 bailarines deambulaban perdidos y desorientados por el escenario. Quizás esos bailarines significaban (esto es de mi cosecha) la búsqueda, en medio del triunfalismo de los sacerdotes, de un empleo para poder pagar su hipoteca.