O la cueva de los cuarenta ladrones con Alibaba americano, pelirrojo de origen alemán. Supongo que ya sabéis el protagonista del cuento actualizado. La ciudad ha encontrado el Alibaba perfecto. Por muñeco hinchable de vanidad y chulería. El resto le van a la zaga, por mucho que lo quieran pintar de bonito, bueno y barato. Allí se cuecen las habas que nos tenemos que comer crudas, medio cocidas o como les apetezca a los señores y señoras de los señores, mientras ellos y ellas se atiborran de marisco, caviar, cuernos y limusinas. A nadie se le ocurre decir un discurso decente que ponga en valor las cosas que no tienen precio, todavía, como el cariño, el respeto, la ayuda al compañero y un sinfín de cosas que usamos los que no somos millonetis ni políticos ni intelectuales bien pagados para las ocasiones, ni aspiramos a ello. Digo, todavía, porque ya el agua, la luz y el aire ya lo tienen y si compras un preservativo, compras el cielo; si un rosario, a la virgen y si un coche, el paraíso; y suma y sigue. Allí, en Davos, el dinero y sus secuaces, el rey del mambo y el becerro.