No hace falta que indiqué cuál era nuestro recorrido. Puede ser cualquiera y cualquier recorrido podría ser el que describo. Tristemente.
Comenzaremos nuestro paseo, saliendo desde el merendero, pudiendo observar a los lados una variedad de botellas rellenas de pis y algunos otros objetos que olvidan los camioneros, que paran allí a descansar. Sortearemos después innumerables restos que también olvidan los jóvenes que van con sus coches al atardecer. Pizza, botellas, ketchup, vasos, condones y miles de servilletas arrugadas. El camino se va estrechando, nos acercamos al río y escuchamos a cientos de pajarillos cantando al refugio de los árboles. Si entramos un poco hacia el río, están las múltiples cabañas de los chavales, rodeadas de docenas de bolsas de chuches y refrescos y maletas, bolsos, sillas, guantes, como 25 palés... y un largo y triste etcétera. Siguiendo nuestro camino, vemos como entre la maleza proliferan abundantes latas de cerveza, red-bull, tabaco, actimel, donuts... En lanzamiento libre desde el coche. Vamos hacia arriba entre jóvenes nogales y, dejando a un lado el convento, llegamos a la curva donde 6 contenedores de la urbanización rebosan basuras por dentro y por fuera. Ahí ya son miles de restos de todas las formas, tamaños y colores. Pero sobre todo bolsas de plástico que el viento esparce en todas direcciones, al parecer, sin importarle a nadie.