Acabadas y celebradas las manifestaciones y declaraciones varias que con motivo del 25N donde el feminismo en particular y la clase política en general no estuvo quizás muy afortunada a la hora de hacer un frente común contra el machismo y violencia de género. La negación (de algunos) de nuestros derechos más comunes, en un clima de absoluta polarización y confrontación, nos dice el largo camino que todavía nos queda por recorrer. La cosa empezó ya a animarse a cuenta de una famosa ley que con sus logros y desde luego con algún desacierto, puso en el disparadero a cierta ministra, pero a su vez con un Consejo de Ministros detrás (órgano colegiado, creo) y los diputados y diputadas que lo avalaron con sus votos.

La escalada verbal que llegó después (insultos, descalificaciones o alusiones denigrantes) en el hemiciclo del Congreso, no pasarán seguro a la historia del parlamentarismo, que si yo elevo el tono, el vecino mucho mas. La guinda que remató todo este despropósito, a la mayor gloria de ciertas campañas que supuestamente prevenían la violencia de género con mallas y de copas por la noche; cuidadín venían a decirnos.

La intervención de la ministra afeando a los creadores de tales engendros como consentidores de una cultura de la violación y sin quitarle ningún ápice de verdad, tampoco abundó en la cortesía parlamentaria. Porque existe la cultura de la violación. ONU Mujeres así lo reconoce y se sigue consintiendo en multitud de situaciones. Se culpabiliza a las víctimas y no sus agresores, de su forma de vestir o con el argumento de que lo estaba pidiendo, con las ayuditas, en ocasiones, de algún que otro medio de comunicación. Lo recordaremos para siguientes campañas.