Naiara me cuenta que esta batalla la vamos a ganar aunque en este primer acto algunos parezcamos marineros en tierra esperando el atraque de un navío sin velas; aunque otros parezcan jinetes uniformados con mascarilla y guantes que vagan por las calles esperando la llegada de un retén enorme de caballos listos para la guerra. Naiara me cuenta que esta batalla la vamos a ganar sin burlar la extrañeza de esquivar los contactos, llenando el botiquín de alcohol, jabón y yerba buena, lanzando de continuo una moneda al aire que al posarse en el suelo refleje no ambiciosa sino austera la cara de la ciencia, esa que debe ser custodia de la naturaleza. Esta batalla la vamos a ganar, dice Naiara, en el segundo o tercer acto, aún silente el revuelo de aeronaves, cortada por el mar la ilimitada estela de cruceros, repuesto un tráfico terrestre que no imponga el atasco a la entrada y salida de grandes capitales. Muchas grandes empresas, me recuerda, han cerrado sus puertas en este primer acto, la producción ha pospuesto sus mejores días de galas, el especialista y el técnico acusan en sus hábitos el deseo de una vuelta a la escena. Colegios e institutos han perdido la llave de contacto presencial con esta generación nueva, a las aulas no llegan las preguntas de nadie. Y en las casas la inacción nos prepara los trajes a medida de esperas. Naiara me cuenta que esta batalla la vamos a ganar, no en este primer acto en que la primavera estalla en todo su esplendor y colores de las flores y plantas, y frutos y cosechas, y cánticos y quiebros de los pájaros, y planear de aves, nos transmiten su armonía y equilibrio. No en este primer acto. Naiara, en ti confío.