Hace años, un directivo televisivo confesó que lo más deseado por el telespectador es el llanto de alguien en directo, sube la audiencia al máximo. Queremos malas noticias. Hasta 1997 había un semanario especializado en ellas; asesinatos, robos, violaciones llenaban las páginas de El Caso, que desapareció, pero dejó su simiente. Continuamente recibo mensajes alertándome de números extraños que llaman para vaciar mi cuenta corriente y de furgonetas que circulan secuestrando a niños y mujeres, la mayoría son falsas. Todos comentamos las muertes de futbolistas por enfermedad o accidente, incluso los no aficionados a este deporte que ignoran quién es el fallecido. ¿Cuándo ha comenzado un telediario con una buena noticia? Solo recuerdo cuando España ganó el Mundial de Fútbol hace ya diez años. El morboso deseo de lo amargo está en todos nosotros, nos alegra el mal ajeno -mejor a ellos que a mí- y lo celebramos algunos incluso más que las alegrías propias. Hay clubes de aficionados antiotros clubes que celebran sus derrotas como triunfos propios. Sin embargo, no somos conscientes de que alegrarnos del mal ajeno emponzoña el alma y ennegrece el espíritu.