Si una Navarra Suma, creo que hay que tener también presente a esa otra Navarra que Multiplica. Multiplica, a mi modo de ver, la interrelación de las distintas sensibilidades de apertura y progreso que coexisten en esta tierra. No pone alambradas al campo del idioma -lingua navarrorum, heredada de nuestros ancestros- ni a la voluntad de matriculación de las familias navarras en su modelo preferido para sus hijas e hijos. No es amable con la memoria del franquismo y su mitología sostenida durante generaciones desde elevados púlpitos. No está anclada en una aburrida retórica, ni sujeta a un engominado discurso sino que milita en el frente de la libertad de expresión -concepto que no acaba de asimilar bien esa Navarra que Suma-, y en la profundización de la democracia. La Navarra que Suma tiene en su haber, no hay duda, la herencia filosófica y política de figuras relevantes del pensamiento español. Hablemos de Marcelino Menéndez Pelayo y de su celebrada exposición: “Locura es pensar que batallas por la existencia, luchas encarnizadas y seculares de razas, terminen de otro modo que con expulsiones y exterminios. La raza inferior sucumbe siempre y acaba por triunfar el principio de nacionalidad más fuerte y vigoroso”. Un Marcelino cuyo inmenso e irreprimible amor a España y su sentimiento monárquico puro ha constituido un modelo para generaciones. A veces me pregunto si no habrá quedado ahí anclada buena parte de la ideología oficial de la derecha navarra de hoy: en los Reyes Católicos. Y más en estos momentos en que el historiador navarro Pedro Esarte Muniain profundiza en sus investigaciones y avanza que Fernando II de Aragón -Fernando El Católico- pudo nacer en Sangüesa (reino de Navarra) y no en Sos (reino de Aragón).