Recordando el asesinato yihadista en Charlie Hebdo y de doce compañeros en la misma sede del semanario satírico de París, un periodista donostiarra escribía: El humor nos enseña a relativizar todo y que nada es sagrado. A mi entender, sin embargo, sí existen líneas rojas que no puede traspasar ni el humor. Voy a poner unos ejemplos. Oí decir a un humorista de la tele que “le interesaría mucho el hallazgo del prepucio del niño Jesús circuncidado, porque no estaría mal conocer el ADN del Espíritu Santo”. Hubo carcajada general. Otro ejemplo: el señor Abel Azcona compuso la palabra pederastia con hostias consagradas que había robado de algunas iglesias. Y, para terminar, ¿han visto ustedes el esperpento de la procesión del coño insumiso en Sevilla? El Papa Francisco, en un lenguaje que lo entiende todo el mundo, dijo recientemente a unos periodistas en México: “No me gustan las bromas con la religión. No hay que reírse ni ridiculizar la fe de los demás. Si alguien insulta y ofende a mi madre, igual recibe un puñetazo” Así de sencillo. Las leyes, en mi opinión, deben marcar los límites de la sátira pero, sobre todo, el sentido común.