Ya está aquí. Ya nos bombardean con los anuncios entrañables y ya tenemos que compartir, aunque no queramos jugar, la lotería de Navidad con familiares, amigos y compañeros de trabajo, comprarla en los lugares que frecuentamos y no olvidarnos de traer algún décimo cuando nos vamos de vacaciones. ¿Por qué tengo que jugar, si no creo en el azar? Porque seguro que no me va a tocar y el 22 de diciembre voy a seguir siendo igual, o un poco más, pobre.