Ha fallecido don Isidoro Álvarez, que sucedió a don Ramón Areces y supo, siempre discreto, preparar su sucesión. Era un hombre capital en nuestra tierra. Visionario, de la mano del entonces Banco de Bilbao y algunos de sus no menos entregados y también visionarios empleados, entonces bien dirigidos, asentó el gran edificio de la Gran Vía bilbaina en negociaciones interminables con Madre Soledad, la entonces superiora de lo que era un convento.

Bilbao. Gasteiz. Eibar. Barakaldo. No así en la inconmensurable Easo por la cortedad de miras de alcaldes sucesivos y comerciantes oligopolistas.

Sepan unos y otros, por sí y por la sociedad, que el futuro es la libertad real. Unos y otros caerán por distintas o similares razones. Que clamarán los pequeños, de los medianos y de los grandes. Que se complementan y potencian.

Por encima de pequeños caciques sucesivos conexionados de un modo que se asoma turbio queda la grandeza de un hombre encantador, austero y sutil. Son dos grandes penas.

Por don Isidoro y su deudos y por la ciudad de Donostia-San Sebastián.