Entre los detalles que más me llaman la atención de las tramas corruptas que se suceden es el hecho de que, mientras el concepto de acaparar poder parece el gran enemigo de la democracia, la realidad acaba arrojándonos a la cara que los grandes chorizos del negocio de traficar influencias son gente que se guía por la rendición de su ética a los instintos de su hemisferio sur. Vamos, que les empuja la incontinencia de sus bolsillos o sus braguetas o ambos.

Algún psicólogo tendrá respuesta al motivo por el que muchos de los que se aprestan a traicionar los mínimos principios de lealtad y responsabilidad lo hacen por dinero o por darse gusto. Raro es el caso en el que no se cruza una juerga que otra, con señoritas de costumbres tan descarriadas como las de quienes les pagan por su compañía, o con volúmenes de dinero que desaparecen en el tránsito entre manos sin que los propios “asociados” sepan en qué metacarpo se ha quedado qué porcentaje de lo cobrado. Y, sobre todo, en lo que viene siendo una constante de estos juego de trileros, siempre hay un Koldo que, sintiéndose en la posición más débil del triunvirato, se guarda unas grabaciones o unos documentos con la intención de hacer palanca con ellos en favor de sus propios intereses y acaban siendo los clavos de los ataúdes propios y ajenos.

De verdad que no sé si hay una mega trama que haya podrido las estructuras del PSOE, pero confieso que no hace puñetera falta. Todo es tan cutre, tan irreverente, que basta con dar las llaves del reino a quien ya se manejaba con ganzúas para abrir la caja y meter la mano. Elegir como edecán, entre tanta desconfianza, a quien más fiel se ofrece para sacar beneficio propio desde el privilegio de la confianza ajena.