ACABADO el Carnaval, parece que los gigantes financieros de los Estados Unidos han decidido quitarse la careta. Tras unos años disfrazados de conciencia ecológica, las firmas de inversión JPMorgan, BlackRock, Pimco y State Street han anunciado que o bien reducen o directamente abandonan sus compromisos con el programa Climate Action 100+, que establece el objetivo de reducir emisiones a la atmósfera para contener el cambio climático. A casi nadie se le escapa que la virulenta estrategia del sector negacionista del Partido Republicano, a imagen y semejanza de Donald Trump, que acosa legalmente y expulsa de la contratación pública allí donde pueden a empresas que incorporan principios de economía verde a su actividad, ha convertido la conciencia ambiental en un mal negocio para sus inversiones.

Durante un tiempo, estos monstruos del capital se pintaron la cara de verde y aplicaron, siquiera nominalmente, el principio de responsabilidad social de la sostenibilidad. Así, abogaban por que las empresas en las que adquirían participación buscaran reducir sus emisiones. Se acabaron las zarandajas: aquí ya se trata de rentabilizar la inversión hasta la extremaunción del planeta. Vale más un 5% más de margen que la pervivencia de la habitabilidad. Esa es una inversión a muy largo plazo y el dinero de verdad se hace con posiciones a corto.

Verde, lo que se dice verde, no ha sido nunca la economía financiera más allá del placebo que aporta el color dominante en los billetes: uno de cada cuatro se viste de ese color y el dólar es emblema de ello. La pinza ya está cerrada: no es solo que las ideologías negacionistas empujen hacia el abandono de cualquier compromiso ecológico a muchas empresas, dentro y fuera de los Estados Unidos; es que el dinero, ese que dicen que no tiene ideología, no quita ni pone rey, pero ayuda a su señor.