DESDE esta semana, el Reino Unido tiene un primer ministro de origen indio, Rishi Sunak, plenamente asimilado y reconocido por los conservadores británicos como su líder. Han pasado 75 años desde que la India se independizara y el viejo imperio es hoy liderado por un descendientes de aquellos colonizados que salieron hacia la metrópolis.

A uno, en sus ratos ociosos, le da por comparar el caso con otros que la historia podría producir. Pongamos que dentro de un par de décadas, cuando también se cumplirán 75 años desde su independencia como colonia española, la descendiente de ecuatoguineanos María Ndong –nombre ficticio– fuese la presidenta del gobierno español. Pongamos que por el partido de la derecha más representativo en esa época. Bien podría seguir llamándose Partido Popular o haberle cambiado el nombre otra vez.

A María Ndong la imagino rodeada de sus compañeros de partido, aclamada al ritmo del pasodoble “Que viva España”. Ndong habría tenido que pasar por hacer suyo un discurso de severidad contra la inmigración, apoyando las deportaciones a países africanos de los solicitantes de asilo, como ha hecho Sunak para homologarse, acreditando que no hay una cuestión de raza, credo o género detrás de la pantalla con la que el norte se protege del sur: solo es cuestión de a qué lado del muro te ha tocado estar.

El de Sunak es el lado correcto del establishment británico y le permite estar regado de dinero a espuertas. El de María Ndong no debería ser menos: tercera generación, colegio y universidad privadas y un buen puñado de acciones en fondos y valores. De ese modo, la afroespañola Ndong será el ejemplo de que, en nuestra Europa, no importa tanto el color de la piel como la declaración de patrimonio. A lo mejor por eso la quieren quitar: para que seamos aún más iguales. El sarcasmo todavía se entiende, ¿verdad? l