Esta semana las cosas de la política han intentado comerse por completo a la política de las cosas. Afortunadamente el balance del primer año de legislatura del actual gobierno vasco nos ha devuelto al tono y la agenda que de verdad centra las actividades de la inmensa mayoría de las personas que se dedican a la gestión pública. Las que preocupan de verdad a la gente. El problema es que hablar de estos temas es “aburrido”, dicen. Así que mejor dedicar horas y horas a novelas de pícaros, tristes, pero “divertidas”. Buen tema para la reflexión en uno de los nuevos exámenes de la PAU, la EBAU o como quiera que se llame hoy a lo que llamábamos en mis tiempos “selectividad”. Hoy dicen que las pruebas valoran más el análisis que la memoria, lo que propicia la creatividad. Imaginemos un examen sobre los peligros que tiene huir de tanto aburrimiento. Puede ser divertido. En física valdría un monólogo de humor. Alguien que no distingue entre frecuencia y longitud de onda puede hacernos reír mucho si se disfraza de pontífice de la electromagnética. Para seguir con la guasa, en economía aplicada sería ejemplar un modelo de negocio basado en que ese pseudo científico electrificase fantasmas, espectros y otras supercherías. El coctel produciría un verdadero “rayo que no cesa” de divertidos minutos de oro en la televisión. Un ensayo filosófico sobre el postureo pseudo positivista del millonario gestor de esta broma sin mentar a su madre demostraría altura de miras, corrección, contención y una correcta comprensión de las ideas de Auguste Comte. El sobresaliente lo cosecharía la inteligencia humana, la natural concluyendo que cuando uno de estos fantasmas grita “¡viva la libertad, carajo!”, su psicofonía berrea: “¡La libertad al carajo! ¡Viva!