El debate sobre la migración se ha instalado para quedarse. Para la ultraderecha es una mina de oro demagógica que explotar, un tema que les lleva al desvarío y a la provocación. No dudan en coger la parte por el todo. Si un migrante ha violado, delinquido o no digamos asesinado a un nacional, todos son de la misma condición y calaña. No se identifica y caracteriza a la persona, al margen de su origen, por lo que hace, se descalifica a todos los foráneos sin más. Lo que hace uno, lo hacen todos. Aunque también los propios naturales del lugar delinquen, violan y matan… nadie es perfecto. Levantar muros físicos o de prejuicios, internarles en centros que no reúnen las debidas condiciones, poner todas las trabas burocráticas para impedir que puedan adoptar el status de refugiado o asilo; una mezquina y truculenta explotación de redes mafiosas; la desconfianza de los habitantes del lugar; el sentirse apátridas en una nueva tierra extraña que confiaban sería de acogida y que les recoge con reticencias y con sumo desprecio, son muchas de las situaciones que lamentablemente soportan. Se aprueban nuevas leyes que más que para ayudar a atender sus necesidades pretenden evitar su llegada por todos los medios. Incomprensión e indiferencia. Una indiferencia que cobra todavía mayores cotas de perversidad cuando no se despliegan los suficientes medios marítimos o fronterizos para ayudarles en sus peligrosas travesías. Hay quien prefiere pegar tiros al aire de advertencia como si fuesen animales a los que se les puede ahuyentar y disuadir de este modo; otros aportan ideas aún todavía más descabelladas. Sacar la flota para impedir que los cayucos puedan alcanzar la costa salvadora. El país necesita turistas, no molestos migrantes.

Ahora bien, el maltrato de estos miles de seres humanos (que es lo que son, aunque hay quien parece ignorarlo) no es nada comparable con lo que han sufrido previamente. En el mar pueden ahogarse y vivir el sueño de los justos, pero lo que han tenido que padecer en su largo periplo hasta casi alcanzar el viejo continente no se lo deseo ni a mi peor enemigo.

Según el informe titulado de forma impactante “En este viaje a nadie le importa si vives o mueres”, elaborado por Acnur (Agencia de la ONU para los Refugiados), OIM (Organización Internacional de las Migraciones) y el MCC (El Centro de Migración Mixta), se recogen los relatos de los horrores que sufren en su infernal recorrido: torturas, secuestros, violaciones y asesinatos protagonizados por grupos armados (ilegales, paralegales y gubernamentales) y, por descontado, las consabidas mafias de turno. Este desplazamiento de población, hay que insistir, no tiene que ver con el maldito efecto llamada, no es que vengan aquí a disfrutar de una vida regalada de balneario (como se empeña en afirmar la ultraderecha, mediante las ayudas sociales), sino huyendo, en su mayoría, como haríamos cualquiera de nosotros, de conflictos que están afectando de forma dramática al interior de África, el Sahel, destacando los que afectan a Burkina Faso o Sudán, de carácter desgarrador. En el caso de Sudán, además de que los 26 millones de habitantes deben enfrentarse a una desnutrición aguda (que se dice pronto), 12 millones son desplazados, gentes sin hogar, y dos millones están refugiados en países vecinos malviviendo. En Burkina Faso, sin alcanzar las cifras de Sudán, son ya tres millones los desplazados internos y 300.000 externos. Que no tengamos unas noticias tan certeras o fehacientes como las procedentes de Ucrania o Gaza, no significa que no existan. De hecho, están siendo igual de nocivos. Incluso, no todos huyen queriendo encontrar refugio en Europa; al revés, la mayor parte se queda en las fronteras de los países aledaños, en situaciones expuestas y precarias. El mayor problema es la falta de financiación internacional asistencial.

El coordinador de Acnur en el Sahel, Xavier Creach, lo recoge de forma clara: únicamente el 24% de los programas de atención a los refugiados en esa región están cubiertos hasta el 30 de junio. Mientras, los países más desarrollados se rearman como disuasión a la actitud rusa, gastándose miles de millones de euros; con una fracción de ese presupuesto se podrían cubrir de largo los 410 millones de euros humanitarios que requiere Acnur. El mismo informe estima que 15.000 personas han fallecido realizando la travesía a través del Sahel, aunque la cifra es a la baja, ya se cree que podría ser el doble. Pero más que el número de víctimas, que también, los testimonios que recoge son dantescos y escalofriantes, parece que hablan de otro mundo y no de éste, plagado de toda suerte de deleznables actos inhumanos. Si los desplazados logran evitar y sobrevivir a alguno de los caprichosos infortunios durante el viaje (ser víctima de un accidente por conducción temeraria, por el calor, la deshidratación, el hambre o la violencia), la llegada a la costa puede ser todavía peor, si caen en manos de traficantes. Encierran a los migrantes en lugares infernales, padeciendo toda clase de maltratos. Y para acceder a las pateras que les llevan al otro lado del Mediterráneo, les exigen cada vez más dinero y, si no pueden pagarlo, no dudan en enviar vídeos de extorsión a los familiares en los que aparecen siendo torturados (palizas, electrocuciones, quemándolos, violaciones, etc.) como medida de presión hasta conseguir el dinero que quieren... Hay que insistir en lo afortunados que somos en Europa. No nos damos cuenta de ello, en verdad. Con los rigores del verano y las vacaciones estivales nos preocupamos tan sólo de a qué lugar de veraneo podríamos ir a descansar, todo dependiendo de nuestros bolsillos. Pero en otros lugares no es así.

Hay que insistir: los migrantes vienen huyendo de áreas y zonas en donde la falta de oportunidades, la violencia o la iniquidad humana se han apropiado de ellos. Hay que atenderlos, no verlos como molestos intrusos. Pero, sobre todo, hay que buscar soluciones mientras se palía su drama con atención, solidaridad y compromiso humanitario.

Doctor en Historia Contemporánea