El pasado miércoles 29 de noviembre, con motivo de la apertura de la XV Legislatura de las Cortes Generales del Reino de España, el Jefe del Estado pronunció un discurso sobre el cual quisiera exponer algunas reflexiones críticas.

Con insistencia, Felipe de Borbón recordó el reciente juramento de la Constitución de 1978 por su hija Leonor, afirmando que garantiza “estabilidad en el leal desempeño de las funciones de la Jefatura del Estado”, pero sin embargo no mencionó en ningún momento a su padre Juan Carlos, empoderando la juventud de la nieta con el fin implícito de querer hacernos olvidar el descrédito y los escándalos del abuelo.

Pero más allá de palabras huecas sobre la juventud y el futuro, el jefe del Estado reivindicó sobre todo a la Constitución de 1978, definiéndola como una expresión del “entendimiento mutuo sin imposiciones ni exclusiones”. Una vez más, el relato de una Transición supuestamente modélica e incluyente, el mito refundacional de la Monarquía instaurada por Franco, una peculiar lectura del pasado ajustada a las necesidades presentes de un Régimen que aspira a eternizarse en el tiempo.

Sin embargo, la incómoda realidad histórica es la que es y cada día somos más los ciudadanos y las ciudadanas que no nos callamos. Las Cortes constituyentes que redactaron la Constitución actualmente vigente fueron elegidas de manera fraudulenta. La narrativa oficial de las supuestamente “primeras elecciones democráticas” del 15 de junio de 1977 no se sostiene cuando es confrontada con la evidencia de que el Gobierno de Adolfo Suárez bloqueó la legalización de todos los partidos políticos que por entonces se reivindicaban como republicanos en oposición a Juan Carlos. El mismo veto excluyente fue aplicado también con el bicentenario Partido Carlista, que un año antes en Montejurra 76 había sido víctima de una agresión terrorista organizada y financiada por el primer Gobierno de Juan Carlos.

Respecto al clima político previo a esas elecciones, conviene recordar que imponiéndose autoritariamente el Gobierno prohibió, durante la primavera de 1977, la celebración de las tres citas anuales más reivindicativas de la oposición democrática: el Primero de Mayo, el Aberri Eguna y el Montejurra. En las páginas de la revista Triunfo, el periodista Peru Erroteta analizaba así los hechos:

“Aparece también otro argumento más en la prohibición del Montejurra, que parece encajar con las desautorizaciones del Aberri Eguna y del Primero de Mayo. Sumergidos ya en la lista electoral, no parece resultar muy confortable para el Gobierno y para la vocación de futuro de algunos de sus integrantes cualquier acto político de la oposición susceptible de aportar dividendos a las urnas. Ya se dijo que aun a costa de perder imagen democrática, el Gobierno optó por la prohibición del Aberri Eguna ante la no descabellada posibilidad de que hubiera podido transformarse en un plebiscito por la autonomía de Euskadi. Algo parecido ocurrió con el Primero de Mayo, que de haberse celebrado libremente hubiera puesto de manifiesto el protagonismo de los trabajadores en el cambio político. Y en el caso de Montejurra, de no haber mediado la prohibición, podría haberse quebrado la línea divisoria entre partidos legales e ilegales y, en el fondo, la constatación de una realidad discriminatoria».

Aquí y ahora la propagación de este tipo de miradas críticas sobre una Transición no tan lejana es una labor necesaria para confrontar no solamente con el pasado de la actual Monarquía, sino también con su presente y con su futuro. Felipe y Leonor son tan herederos del fascismo como lo fue Juan Carlos. Su supuesta legitimidad monárquica no deriva de ninguna reinstauración de la Monarquía caída en 1931, sino de una singular Instauración decidida exclusivamente por Franco en el marco de la Ley de Sucesión de 1947”.

Concluyendo ya, no puedo evitar finalizar sin mencionar el hecho de que el Gobierno de Navarra continúa sin respetar la voluntad del Parlamento navarro ya que en Iratxe todavía no se ha señalizado como “Lugar de la Memoria” el monolito de Ricardo y Aniano, los dos demócratas asesinados en Montejurra 76. La Memoria de las imposiciones y exclusiones del pasado es importante también para prevenir que se reproduzcan nuevamente en el presente y en el futuro.