En una época, la que nos ha tocado vivir, donde el relativismo se instala en todos los órdenes de nuestra vida, hay quien dice que han desaparecido los conceptos de “bueno” y “malo”. Que todo es relativo; que se puede discutir sobre absolutamente cualquier cosa. Cada cual tendrá su opinión; y yo misma, desde ese relativismo, podría decir que ninguna de esas opiniones será “buena” o “mala” per se. Pero, bromas aparte, llevo unos días reflexionando sobre qué es bueno y qué es malo respecto a la meteorología.
Porque, aunque el calendario no marque aún la entrada del invierno, estamos ya absolutamente metidos en los fríos polares y las lluvias persistentes, e incluso de algunas nieves en las cimas más altas. Y es en días como estos en los que las conversaciones de ascensor se vuelven monotemáticas: “Qué día más malo”, “Está muy desagradable” y todo el abanico de posibilidades expresivas que se nos ocurran.
Y aquí sí que me niego, rotundamente, a que la respuesta sea única. Rompo una lanza a favor de quienes defienden sus ideas propias sobre el tiempo. Rompo una lanza por personas como Iñaki, con quien coincido de vez en cuando, y a quien ya sé que no puedo decirle que hace “mal día” cuando llueve. Porque Iñaki, que rondará -si no los pasa- los ochenta, y que ha dedicado más de media vida a la huerta, frunce el ceño cuando escucha hablar así de la lluvia; y mastica las palabras para decir, a quien le toque, que el agua es buena, que es necesaria, y que da vida.
Y rompo una lanza por gente como Teresa, pálida como un bacalao noruego, que cuando llegan los primeros rayos de sol primaverales apenas asoma la cabeza del quicio de su puerta. Una Teresa que -no sé si por una cuestión de alergias, de salud o de carácter- está mucho más feliz en días de niebla mañanera que no acaba de levantar, que se queda pegada a la tierra como el algodón de azúcar a los dedos. Esa Teresa que, cuando alguien le dice “qué desagradable está hoy”, responde: “Mañanitas de niebla, tardes de paseos”.
Sí: rompo una lanza por quienes no claudican ante la opinión mayoritaria. Por quienes no creen que el buen tiempo es el soleado y que el frío, el lluvioso o el nublado es un día perdido. Solo faltaba que, en estos tiempos de tanto relativismo, impusiéramos el pensamiento único en la meteorología.