YA escribí sobre el urbanismo de derechas que permite impunidad al automóvil y recorta espacios a los peatones. Igual sucede con esas ciudades donde ni asumen las zonas de bajas emisiones ni hacen nada que recorte derechos a los coches. Hay más: vivo en una ciudad donde han estrechado pasos de cebra para dejar hueco a las bicicletas, donde obligan a convivir a paseantes y ciclistas en el mismo entorno mientras los coches recorren la calle sin mayor limitación. Eso es de derechas, por si no lo sabían. Lo de Elche de andar quitando carriles bici es consecuencia de dejar a la derecha más ultra gobernar con impunidad. O lo de Valladolid donde ahora las campañas por la salud consisten en repartir ceniceros por parte de un lobby empresarial del sector tabaquero frente a las actividades contra el cáncer de pulmón. Quitar árboles siempre fue de derechas, aunque hayan disfrazado esta malvada costumbre de desarrollismo y bienestar. Privatizar la sanidad pública, externalizar cualquier servicio comunitario o segregar en educación, más aún. Preocuparse por la seguridad ciudadana de nuestras calles, también, porque aunque la libertad de las mujeres y de toda la ciudadanía les han importado muy poco nunca usan este asunto de forma perversa con racismo y convierten a menores y a personas migrantes en sospechosas.

Cuando alguien argumenta que las cosas siempre fueron así, lo que incluye habitualmente clasismo, racismo, sexismo, lgtbifobia y demás, estamos ante un ejercicio de derechismo social. ¿Que soy un radical? Vale, pero no un radical de derechas. Para ellos está bien que el fútbol perpetúe una masculinidad tóxica que amenaza a cualquier intento de igualdad que se promueva desde las instancias públicas. Para las derechas las víctimas de violencia de género (algo cuya existencia niegan) son corresponsables por no cuidar su vestir o sus maneras o actividades y no protegerse de la gente mala. Hablar de gente mala es de derechas, por si no lo sabían. Y si me apuran hasta les diré que a ustedes también se les escapa de vez cuando una actitud rancia y casposa interiorizada y que hasta yo, rojo, ateo y maricón, reconozco que sufro de esa herencia pestilente.