OS hemos olvidado de la guerra en Ucrania. Hoy se cumplen cuatro meses de la invasión rusa y ya solo nos acordamos de lo que está pasando en una parte de Europa por las continuas noticias sobre la subida del gas, la candidatura de Ucrania a formar parte de la UE y las invectivas imperialistas y seudofascistas de Putin. Días atrás hemos conmemorado el 85º aniversario de la caída de Bilbao tras el brutal asedio de las tropas franquistas. Dos meses y medio antes, el general golpista Mola firmaba las octavillas que su aviación dejó caer por miles sobre la población, instándola a la “sumisión inmediata”. “He decidido terminar la guerra en el Norte de España”, decía el militar fascista. “Si vuestra sumisión no es inmediata arrasaré Vizcaya, empezando por las industrias de guerra”. Dicho y hecho. Durante la semana anterior a la toma de Bilbao, la Legión Cóndor nazi al servicio de Franco efectuó más de 200 bombardeos contra las posiciones defensivas de gudaris y milicianos en Artxanda y sobre la población civil. Bilbao es hoy Severodonetsk, como fue Bucha, Kiev, Járpov, Mariúpol... Dígase lo que se diga, nuestra reacción ante esta guerra es sumamente débil. Hasta el Papa justifica que “quizá” el problema fuese que la OTAN estaba “ladrando a la puerta de Rusia”; que aquí no hay “Caperucita buena y lobo malo”. Sí los hay, hace 85 años y hoy, en España y en Ucrania. Los rusos también “ladran” a las puertas de Europa, y de Estados Unidos: en Nicaragua ya han entrado tropas militares, naves y aeronaves rusas. Eso no justifica una invasión y una guerra. ¿O sí? Es curioso cómo todos los sátrapas tienen amigos, generalmente dictadorzuelos y tiranos más débiles. El mundo no será igual después de esta guerra, en especial en función de quién la gane. Ucrania puede sobrevivir y seguir siendo un país o terminar sometido bajo la dictadura de Putin. Y Europa, como otras veces, seremos aliados de la historia o meros testigos sumisos de nuestra propia derrota. Y así nos irá.