L fin de semana he pasado horas pegada a la pantalla viendo la serie Intimidad de NetflixIntimidad, que está en el top 10 desde el primer día que irrumpió en la plataforma estadounidense. La ficción es una buena oportunidad para dar visibilidad a Bilbao en todo el mundo porque los ocho capítulos están ambientados en la ciudad, que se convierte también en otra protagonista de la potente trama. Hay un total de 70 localizaciones reales, entre las que destacan el Guggenheim, la Universidad de Deusto, Azkuna Zentroa o el Ayuntamiento.

Pero también es una buena ocasión para explorar las repercusiones asociadas a un escándalo provocado por las filtraciones de vídeos sexuales. Aunque esta historia no está basada en hechos reales, la producción aborda directamente la violación a la intimidad, el machismo, la culpabilización de la víctima y la revictimización. Un reflejo de cómo la vida privada deja de ser privada para convertirse en pública en milésimas de segundo. Alguien aprieta un botón y, de repente, desata un huracán. Hay un artículo en el código penal que recoge este delito y que establece penas de entre tres meses a un año por difundir imágenes íntimas y que alcanzan los cuatro años de cárcel en caso de que se obtengan sin consentimiento de la víctima. Pero, ¿qué le ocurre al que se las descarga? Nada. Si no hubiera demanda, no habría filtraciones. Fisgar en la vida de los demás se ha convertido en entretenimiento social.

mredondo@deia.eus