A ola de calor nos ha dado un baño de realidad: no hay recetas mágicas para frenar la escalada del precio de la luz. A decir verdad, nos teníamos que haber caído del caballo cuando se aplicó la tijera sobre los impuestos y poco o nada cambió. Ahora, después de varios meses de espera hasta que la Comisión Europea ha dado el visto bueno, la entrada en vigor del tope del gas ha coincidido con un mayor consumo eléctrico a causa de las altas temperaturas y el efecto ha sido mínimo. ¿Mala suerte? Quizás. Pero tampoco hay que descartar un mala planificación. Y, en fin, que da la impresión de que el apellido Transición Ecológica le queda un poco grande a un Ministerio que de partida no parece tener cintura para gestionar el momento actual. Así que uno no puede dejar de imaginarse a los técnicos de Bruselas analizando una y otra vez el plan, la Excepción Ibérica, en busca de claves como un egiptólogo descifrando un jeroglífico. Intentado entender cómo pretenden España y Portugal bajar significativamente el precio de la luz con esa estrategia y sacando un conclusión: “Estos ibéricos son realmente excepcionales”. En un contexto de altos precios de la energía en toda Europa, la isla energética que es la Península tiene un plus de penalización. Por ello, la única solución real es mejorar las interconexiones con Francia. Y resulta que la próxima, el cable submarino por el Golfo de Bizkaia, no entrará en servicio hasta 2027. Hay cinco años por delante para que los cerebros ministeriales sigan lanzando planes.