NTAÑO, y aunque es cierto que muchos se niegan aún a plegar velas, abundaban los etólogos, presuntos expertos en las trágicas cosas de ETA. Con la pandemia, surgieron por arte de magia virólogos y epidemiólogos. La erupción en La Palma dio luz a numerosos vulcanólogos de cuya existencia solo sabíamos por el cine. La guerra en Ucrania nos inunda de guerrólogos, pacifólogos (con su variante de diplomacitólogos), putinólogos, globalistólogos, geoestratególogos y gaso-petrólogos. Ahora, con el tema del espionaje, nos ilustran los criptólogos. Lo ignorantes como el que suscribe no sabíamos que existe hasta un Centro Criptológico Nacional dependiente del CNI, que aparentemente tiene la misión de detectar y subsanar los posibles agujeros en la seguridad de la información y los ciberataques. Pero como casi todos los "-logos" anteriores, se han lucido.

Todo este sórdido asunto está dando lugar al nacimiento de la criptopolítica, donde lo oculto, lo secreto, lo inescrutable e inexplicable, funciona como una realidad paralela. El propio Gobierno de Pedro Sánchez es un claro ejemplo de la criptopolítica: como la Santísima Trinidad, es uno y trino. Si algo debiera caracterizar a un gobierno es su carácter colegiado y su unidad. En este, no. Aquí hay ministras que piden la dimisión de otra ministra. Y ministras del partido que exige destituciones que apoyan a la ministra acusada. La deslealtad es una línea roja en política pero en un gobierno es directamente traición. Por muchísimo menos que eso, en gobiernos serios ha habido ceses, destituciones y dimisiones. Pero Sánchez parece agotar sus dotes de superviviente.

Cabalgar sobre Pegasus (Pegaso, el caballo alado de Zeus) por una ambición desmedida es tan peligroso como hacerlo a lomos de un tigre. Hay que recordar que Belerofonte lo intentó para llegar al Olimpo y convertirse en dios, despertando la ira de Zeus, que con un simple insecto descabalgó al presunto héroe que, lisiado, hubo de vagar eternamente. Vaya, perdón, parece que ya me he convertido en criptopolitólogo.