IENTRAS los expertos nos alertan de una nueva sobreexposición informativa fatal para nuestras cabezas a cuenta, esta vez, de la guerra a las puertas de casa, y en Ucrania los ciudadanos tratan de que no vuelen las suyas; anda el patio revuelto en otra batalla semántica para justificar el relato sobre el envío de armas. La diatriba se resolvería fácil con afirmar que se trata de facilitar el puro instinto de supervivencia. Pero hay a quienes gusta acomodarse, unos, en la dialéctica del postureo, circundando la solución a la sobrada incapacidad diplomática de nuestros gobernantes; y, otros, en los juegos florales para sostener, como dijo hace años el hijo del emérito, que "las armas tienen por objeto y fin la paz, ésa por la que vosotros veláis en silencio". Pura hipocresía militar. Parafraseando al premio Nobel y expresidente colombiano Juan Manuel Santos, "la paz es cambiar las balas por los votos, las armas por los argumentos, la violencia por la democracia". Desde cada vertiente nos dedicamos a retorcer el lenguaje en favor de nuestros intereses. Sería como sostener religiosamente que lo fiásemos todo a las oraciones. ¿Rezando por quién? ¿Acaso los muertos del contrario no tienen quien les duela? La urgencia es frenar la guerra y no alimentarla, y a su vez resulta incuestionable el derecho de los agredidos a defenderse. Cuando esto último es ya nuestra única bala, la derrota nos pertenece a todos. Una huida hacia adelante para salvar el pescuezo.

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