EJÉ pasar las fiestas sin publicar porque no quería dar rienda suelta a mis reflexiones impregnadas de decepción e indignación por el comportamiento humano, sociedad e instituciones ya sean políticas o judiciales.

Por eso comienzo una nueva etapa con este recién estrenado 2022 hablando de futuro, aunque con la duda de si al final saldrá un mensaje optimista, o nuevamente realista y negativo.

Le daba vueltas también a por qué escribía tantos artículos con títulos repletos de interrogantes. Quizás porque lo que acontece en la sociedad actual circula a tal velocidad, que resulta extremadamente difícil hacer un análisis lúcido, sosegado y por tanto profundo.

Existe tal caudal de noticias que una va tapando a otra sin solución de continuidad, sin darnos ni siquiera un respiro para analizarlas y escribir sobre ellas. Un artículo escrito hoy sobre un hecho en concreto, puede quedar obsoleto si se publica a las 24 horas.

Como decía el admirado Zygmunt Bauman, transitamos por un tiempo líquido en una sociedad de la misma naturaleza, que provoca sensaciones parecidas a cuando introduces tu mano en un río intentando atraparlo, mientras el agua fluye sin control entre tus dedos.

Esa liquidez y falta de solidez se extiende también en el seno de la política y sus habitantes.

A pesar de ello siempre debemos intentar que nuestro análisis se sitúe alejándonos de lo más inmediato y como en el dicho popular, evitando que "el árbol nos impida ver el bosque en su conjunto".

Intentemos aplicarlo a este 2022 en el que acabamos de entrar, al igual que lo hicimos en el nefasto 2021, con la ilusión de que sea mucho mejor en lo individual y colectivo.

Valorando a pesar de lo anterior los signos positivos que se detectan, llenando el futuro, sea inmediato o a largo plazo, con deseos y peticiones.

Corto o largo, táctica y estrategia estudiábamos de los clásicos, en una política cuyos dirigentes a diferencia de sus predecesores sólo conocen la primera, porque nos está tocando sufrir la peor generación de la historia democrática.

Observar el día a día de la actividad política produce espanto y rubor. Poca ideología, menos reflexión, y dosis mínimas de sensatez y responsabilidad tanto en la gestión de la pandemia como en el resto de temas que interesan a la ciudadanía.

Broncas, insultos, exabruptos, malos modos y falta de educación, tensión entre diferentes bloques e incluso a veces en su interior.

Por eso debo advertir que después de este preámbulo voy a llenar esta reflexión de ojalás; según la RAE "denota vivo deseo, de que suceda algo".

Comenzar por uno fundamental; ojalá veamos el final de la pandemia, no ya de la sexta ola sino de toda la pandemia. Que el virus a pesar de nuestra insensatez, irresponsabilidad e incompetencia nos perdone la vida, porque será la única manera de que desaparezca.

Ojalá en la política acabe impregnándose de espíritu de la Transición y que no haga falta resucitar a los Suárez, Carrillo, Fraga, Arzallus, etc., para que pueda existir entendimiento entre diferentes, izquierdas y derechas, con el fin de perseguir el bien común.

Que enterremos definitivamente las teorías de Francis Fukuyama sobre el final de las ideologías, que algunas como Isabel Díaz Ayuso-Miguel Ángel Rodríguez intentan mantener vivas.

Que en las izquierdas se recupere el sentido común y eviten enfrentamientos fratricidas, que Catalunya y España se encuentren y aporten soluciones al estilo de lo que ya está ocurriendo en Euskadi, a las tensiones "centro periferia" heredadas de nuestra Transición.

Debemos entender que a pesar de que hayan pasado más de 80 años de nuestra terrible guerra civil, aún quedan heridas por restañar, demasiados cadáveres sin recuperar en las cunetas.

También del largo periodo en el que ETA ejerció su actividad criminal, existen responsabilidades que ambos bandos deben asumir.

Ojalá este 2022 seamos capaces de abrir las puertas a la paz y reconciliación definitivas, que se cierren viejas heridas, se reconozca el dolor producido, que víctimas y presos sean tratadas con dignidad y respeto, que se pida perdón y se perdone.

Ojalá el ser humano asuma que debemos cuidar al planeta en el que vivimos, evitando que nuestro egoísmo autodestructivo le produzca más daño. Que los gobiernos dejen a un lado su egoísmo de país y unan sus esfuerzos para no destruirlo más.

Ojalá que esta vez sean ciertas las previsiones que nos lanzan nuestras autoridades económicas y salgamos definitivamente de la crisis camino de una sociedad de pleno empleo más justa y equilibrada.

Ojalá a nivel internacional desaparezcan los negros nubarrones actuales, la confrontación económica entre bloques, las tensiones entre Rusia y Ucrania, las guerras en África o Siria, Afganistán e Irak, la situación en el Sahara o Palestina, la crisis emigratoria aquí y allí, que la UE europea se consolide a pesar del Brexit.

Ojalá podamos eliminar de nuestra sociedad todo tipo de violencia, en especial la que se ejerce contra la mujer, los niños, o la racista y xenófoba.

Que la Iglesia, también la española, reconozca los casos de pederastia ocurridos en su seno y pida perdón a las víctimas por ello.

Y la justicia sea realmente justa, que lleguemos a consolidar la real separación de poderes resucitando a un fallecido hasta ahora Montesquieu.

Y quizás el ojalá más importante; que se produzca una profunda transformación social y psicológica que nos lleve a ser más honestos, responsables, sensatos, generosos, solidarios, empáticos con el otro, trabajando todos por el bien común, inundados de sentido común, hoy el menos común de los sentidos.

Que las madres y padres entiendan que su labor más importante es la educación de sus hijas e hijos, inculcándoles valores en un momento en el que se encuentran en plena crisis.

Una vez lanzados estos deseos en forma de ojalás me asomo brevemente al exterior y observo con temor y dudas, que quizás este 2022 sea de nuevo un año decepcionante repleto de desasosiego, decepción y mal rollo. Veremos. * Exparlamentario y concejal de PSN-PSOE