IGA, miren, pues no. Eso de que nos hemos ganado a pulso las restricciones por nuestro mal comportamiento... Más de un año después del inicio de la pandemia, que no empezó en marzo sino en noviembre, nos están tapando la luna con el dedo. La gente, así, en mayoría, que es lo que es la gente, una mayoría, cumple, se lava las manos, guarda distancias, usa mascarilla, mantiene similares relaciones sociales... y trabaja. Y aunque, sí, cafres haberlos haylos y al contrario de las meigas hasta se ven, no se acaba de comprender por qué si otras actitudes incívicas son perseguidas, reprendidas, juzgadas y castigadas solo en quienes las cometen, estas otras, y ya digo que se ven, se pretenden cortar generalizando el veto y el traslado de todas las obligaciones y los esfuerzos de la autoridad, ya sea esta la de quien manda o la de quien debe hacer cumplir lo mandado, a cada individuo. Y sí, son los científicos quienes defienden y razonan las restricciones, incluso hasta las últimas consecuencias de un nuevo confinamiento domiciliario general; pero, sin que se enfaden, eso es básicamente otro traslado de responsabilidad, en este caso la suya de ellos, la de la ciencia. Por cierto, lo de que si rojo, que si ambar, que si verde... o sea, lo de prohibir por colores, uno lo aprendió hace más de medio siglo en el cole, donde "las monjas", sin siquiera iniciar Primaria, cuando el color de la esfera de cartulina marcaba -"¿me deja, seño?"- si podías ir, o no y te meabas, al servicio.

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