O es la primera vez que asoma por esta columna esta cuestión: los debates, reflexiones y discusiones que se generan a la salida del cole en el patio o en el parque. Son muchas horas sentados y sentadas en el banco, surgen todo tipo de temas y hay analistas de sobra para llenar varias tertulias. El que suscribe sigue teniendo la sensación de que algo se está perdiendo por no poder estar junto a sus hijos por las tardes, es la condena de trabajar en un periódico que se publica cada mañana y se termina de redactar un crepúsculo tras otro. Y hay que reconocer que dan cierta envidia esas profesiones en las que se cuelga la chapa justo a tiempo para aprovechar las últimas horas del día. El caso es que recientemente, comentando con un compañero de la redacción estas cuestiones, me vino a decir que gracias precisamente a no estar demasiado tiempo en el parque nos librábamos de tener que preocuparnos de gilipolleces. De esas historias para no dormir que reflejan a partes iguales la capacidad de los padres y madres de preocuparse por todo lo que concierne a su descendencia y lo fácil que es malinterpretar todo aquello en lo que uno no es experto. Ese axioma que apunta a que todo aficionado al fútbol se cree que es un entrenador en potencia, tiene una réplica en lo relativo a las necesidades y la protección de nuestros hijos. Y a veces nos olvidamos de que el crecimiento también pasa por caerse en el parque para aprender a levantarse en la vida.