UAN, el vidente, con sus pupilas de águila, desterrado en la Isla de Patmos, penetra en otra dimensión diferente a la del tiempo y del espacio en este libro universal donde se confunden el presente y el futuro, porque el futuro nos trae las consecuencias de lo que hemos hecho ayer y las personas más débiles encuentran motivos para fundamentar su esperanza mientras las personas poderosas se llenan de temor ante unos signos de los tiempos poco halagüeños, con visiones llenas de dolor que llaman a purificar una humanidad suicida y que no va por buen camino. Es la búsqueda del cese de las iras de la naturaleza y de las enfermedades que en momentos especiales -¿La crisis del imperio romano en aquel tiempo?, ¿la crisis de un planeta actual desigual y lleno de incógnitas? ¿El coronavirus?- nos desorientan.

La diferencia es que parece que nuestro mundo no necesita que el león fiero, el empuje del toro, el ojo del águila y la plenitud humana se coloquen ante un trono de un Dios para descubrir el secreto de lo que sucede. “Nadie era digno de abrir su contenido” (Ap 5, 4) Pero es que aquí el cordero es león y el león es cordero. Ese es el perfil de referencia.

El primer jinete del apocalipsis va sobre un caballo blanco, es la ilusión que ha de parir la desilusión; es la mentira, la imagen, como dice José María Diaz, en tu texto poético sobre el Apocalipsis. Este caballo blanco considera que tiene en sus manos la historia, pero no vence el hambre, el dolor y la muerte. Después, el caballo rojo “arranca la paz de la tierra y hace que las personas se maten mutuamente” (Ap 6, 4). La técnica ha creado instrumentos tan poderosos que pueden destruir, que destruyen a millones de personas, e incluso la Tierra. El tercer caballo es negro, tiene una balanza en su mano y no sabemos si esas leyes que emanan blanquean tantas guerras e injusticias con el marchamo de la legalidad. El cuarto jinete se llama muerte y la causa también con la peste, que no tiene el nombre de coronavirus -¿podría tenerlo?-, porque quizá hay otras pestes sobre los pueblos más débiles que no alarman a la Bolsa, a quien solo asusta el miedo de los países ricos.

Cuando el Cordero rompe el quinto sello, se entrega un vestido blanco a las víctimas porque hay esperanza entre quienes sufren, pues cuando se abren los sellos caen las metrópolis, la Bolsa, y toda la humanidad -rica- se esconde, presa por el miedo. Entonces se revela que hay protección para las personas que no dañan a nadie y se afanan por mejorar la vida de los demás; y son marcados por un sello que les anima a seguir luchando para que no haya más hambre, ni más sed. Y cuando se abre el séptimo sello se hace silencio y las personas de buena voluntad son bendecidas y animadas con el fin de hacer planes para la nueva Tierra. Unas trompetas avisan de que la Naturaleza se está destruyendo: lo verde, el mar, los ríos y las aguas, lo que provoca muchas muertes: “Fueron muchos los hombres que murieron al volverse amargas las aguas” (Ap 8, 11) y al sonar la cuarta trompeta no se dan cuenta las personas, solo el águila que es capaz de verlo desde arriba. Con la quinta trompeta el ángel entrega las llaves del abismo que, como una plaga, está en la crueldad de algunos corazones. La sexta trompeta constata que hay demasiados ejércitos “preparados para matar”. Y la séptima trompeta convoca a Cristo, o llámelo usted como quiera, porque se abre un nuevo tiempo. Una mujer vestida de sol y un dragón compiten, la fortaleza de lo humilde y la impotencia de la soberbia se encuentran, o desencuentran, en ese nuevo tiempo. El dragón fascina a mucha gente y teje sus poderes de hacer daño. Grandes mentiras alimentan el sufrimiento de las personas más débiles. Pero hay un alba, anuncios positivos para quienes no pierden la esperanza ante la bestia. Falta poco, seguid adelante. Hay cosecha y vendimia. No todo va a ser en vano. Hay un edicto liberador que anuncia un final feliz.

Quienes han infectado el espacio, la naturaleza, la humanidad, con la creación de más dolor, no se sienten responsables y miran hacia otro lado como si no tuviesen nada que ver. Ahí está lo destruido, a la vista de quienes no lo quieran ver. Hay quien lo llama consecuencias, hay quien cita la ira de Dios ante lo que se ve. La guerra y la injusticia, traen hambre y sufrimiento, mientras se habla de tratados comerciales o neutralidad cuando se dejan las manos libres para invadir pueblos dejando una estela de ciudades derruidas, campos de refugiados, hambrunas, sufrimiento. ¿Es el triunfo del dragón? No puede serlo. Babilonia caerá, con otros nombres, como los de la Bolsa, como los de los grandes imperios, como los de las grandes corporaciones, como los de las industrias de la muerte. Hay un aviso de caídas si se sigue así: “Las naciones todas han bebido el vino ardiente de su prostitución; con ella adulteraron los reyes de la tierra y con su lujo desenfrenado se han enriquecido los negociantes del mundo” (Ap 18, 3). ¿Todo desaparecerá? ¿Qué sentido tiene entonces la esperanza de las personas justas, hambrientas, luchadoras?

Y de nuevo aparece en el cielo un caballo blanco que combate con justicia, verdad, fidelidad y fortaleza, un aliento para quienes no se han desanimado y han seguido adelante más allá de las oposiciones e incomprensiones. Juan habla de Dios, y de la palabra de Dios; y como este libro es patrimonio de la humanidad, también podemos hablar, en sentido positivo, del triunfo de la luz, de la justicia, de la paz. Porque un ángel apresa al dragón y lo encadena para que un cielo y tierra nuevos surjan. Es una forma de decir que todo lo que se ha realizado en la vida no ha sido en vano “y fueron juzgados según sus obras” (Ap 20, 13). El vidente afirma que Dios habita con la humanidad. Quien no es creyente puede hablar de la humanización de la vida como fruto del esfuerzo por conseguirlo. Ambos, con ese talante, pueden ir de la mano.

Y se nos ocurre decir que esto del coronavirus es una anécdota en un contexto de relativización del concepto de tiempo y espacio. Que no hay que asustarse, y menos acaparar mascarillas que pueden necesitar quienes realmente las necesitan. Y que hay, también, otras realidades como, por ejemplo, un brote de sarampión que comenzó a principio de 2019 que ha afectado a unos 310.000 casos en la República Democrática del Congo, con 6.000 víctimas mortales, la mayoría niños y niñas. Aunque la OMS pidió apoyo para combatir la epidemia, no nos hemos enterado. Preocupémonos de verdad por lo que estos significa, el virus de la desinformación también da miedo. * Escritor