DEFENDÍA ayer Pablo Casado el derecho de veto de los padres a ciertas actividades de sus hijos en el entorno escolar -eso que llaman pin parental-. Literalmente, que su hijo es suyo. El tono recordaba al de Aznar negando que puedan decirle a él cuánto vino podía beber. Ese sentido de propiedad, que no de responsabilidad, es el mismo que usan los antivacunas, los partidarios de la ablación y todos los que niegan derechos fundamentales a sus vástagos. No, señor Casado; su hijo es, en primer lugar, suyo. Sus derechos no dependen de sus pactos o conveniencia moral.